Kunte, La Esclavitud
America del Norte 1818 d.C.
Kunte fue arrebatado de su cabaña una mañana, amarrado con cuerdas y cargado con las escasas provisiones que sus negreros les dieron para el camino. Llevaba un palo atado al cuello apoyado en el hombro del compañero que caminaba delante de él, para impedir que se acercasen el uno al otro y así sucesivamente hasta el número de treinta hombres. Durante el viaje se escaparon varios y otros sucumbieron, de modo que cuando llegaron a la costa después de atravesar la selva virgen solo eran ya veinte y Kunte se encontraba entre ellos.
Era todavía un muchacho y siempre había vivido en África, hasta que había sido cazado como un animal salvaje para ser víctima de uno de los negocios más lucrativos y deleznables de los países europeos, el tráfico de mano de obra negra para las colonias de América.
Aquel abominable pillaje que año tras año desertizaba lentamente las comarcas del continente negro, lo practicaban corsarios y aventureros principalmente ingleses y holandeses, con el beneplácito de sus gobiernos. Los colonos americanos contaban para trabajar en sus plantaciones con los indios nativos cuyas tribus se agotaban en las faenas más duras y también a veces con sus mismos compatriotas, que se comprometían a ayudarles durante siete años para poder realizar gratuitamente la travesía transoceánica, pero los brazos no eran suficientes y los traficantes de esclavos les surtían de mano de obra inagotable, barata y dócil.
Algunos de los compañeros de Kunte eran delincuentes, pero él era inocente de todo delito y había sido cazado por el mismo jefe de su propia tribu para ser vendido junto a los demás prisioneros. El único motivo: las pingües ganancias que los europeos les ofrecían por la mercancía humana. Un buque le esperaba amarrado a la costa y la última visión que Kunte tuvo de la tierra en que había nacido, fue un cielo brillante, cuyo azul se elevaba limpio de nubes hacia lo más alto y la dorada arena de la playa reluciendo al sol, salpicada de altas y esbeltas palmeras que parecían despedirle tristemente con su cabellera verde cimbreando al viento.
Ya en el oscuro vientre del barco, los blancos cambiaron sus cuerdas por cadenas y le apretaron los pies con una barra de hierro encadenándolo a otro grupo de negros que yacían amontonados, prácticamente uno sobre otro.
Allí dentro apenas había aire para respirar y un agrio y fuerte hedor de vómito revolvió su estómago. La oscuridad y el silencio eran casi absolutos, solo rotos intermitentemente por gemidos que no parecían surgir de gargantas humanas. Kunte notó el contacto de otra piel tocando la suya, una piel húmeda y suave que olía a hembra, luego cuando sus ojos se acostumbraron a la falta de luz pudo distinguir unos ojos negrísimos que parecían iluminar las tinieblas y que le miraban como un animal herido de muerte, era una mujer encadenada junto a él, poco a poco su imagen se fue haciendo más nítida y pudo descubrir sus hermosas facciones casi infantiles.
Le hubiera gustado preguntarle su nombre y de donde procedía, pero se sintió enfermo, el barco había comenzado a moverse, primero con lentitud, después más rápido, entonces comprendió que se estaban alejando de la costa y que ya no volvería a ver más a sus padres ni a sus hermanos. Volvió a mirar a la muchacha que a su lado le observaba en silencio, en la tristeza profunda que se reflejaba en la oscuridad de sus ojos comprendió que solo la muerte podría liberarle de aquel sufrimiento y deseó ardientemente morir… su destino ya no le importaba.
En aquellos penosos meses de viaje, los dos compañeros de infortunio resistieron a la disentería, la falta de comida y de oxígeno y tuvieron que soportar terribles vejaciones y sufrimientos.
El viento parecía confabularse con la desgracia de los prisioneros y el barco avanzaba muy lentamente. Al mes de travesía la comida comenzaba a escasear, entonces los blancos escogieron entre los negros a los más débiles y los más viejos y los tiraron por la borda sin piedad. Kunte y Mosaka eran jóvenes y fuertes y fueron respetados teniendo que presenciar cómo, para ahorrar víveres, centenares de sus hermanos de raza eran arrojados vivos al mar.
Pero sus almas estuvieron en continua comunicación alentándose mutuamente y dándose fuerza para poder sobrevivir y aunque no hablaban mucho lo sabían todo el uno del otro. Ella era la única razón por la que el joven negro todavía se agarraba a aquel espantoso simulacro de vida. Quería estar a su lado para protegerla.
Finalmente, un día el barco llegó a puerto. Entonces los blancos los subieron a cubierta como si fueran una manada de animales. Los sobrevivientes ofrecían un aspecto cadavérico y apenas si parecían una sombra de lo que habían sido cuando embarcaron. Los lavaron, raparon y les pintaron extraños dibujos en la piel para que con ellos disimulasen los estragos sufridos por el hambre, la enfermedad y el sufrimiento y de este modo presentasen un aspecto más atractivo en el mercado donde iban a ser vendidos como esclavos.
Kunte y Mosaka fueron separados sin poder hacer nada para impedirlo. Kunte fue adiestrado por esclavos negros como él, que ya hacía tiempo estaban trabajando en la plantación y pasó a ponerse al servicio de un amo blanco bajo la vigilancia del capataz, que solo se comunicaba con él a través del látigo.
Desde aquel momento vio pasar sus días trabajando medio desnudo de sol a sol. Cuando acababa la jornada se le arrojaba su ración de pan y tocino rancio y después por la noche se le encerraba a dormir en una choza sucia como una pocilga. Ninguno de los esclavos protestaba porque a la menor queja eran encadenados por los pies con enormes cadenas, suspendidos de un árbol con los brazos azotados y obligados a permanecer así 24 horas. Los días transcurrían inacabables uno tras otro, solo los trabajos serviles estaban reservados al negro y hasta los mismos criados blancos tenían uno a quien mandar.
Como les excluían de todo lo que hiciera agradable la vida, Kunte veía a sus compañeros de infortunio entregarse al concubinato como único placer, cediéndose las hembras uno al otro, pero él se mantenía fiel a la única ilusión que le hacía permanecer vivo dentro de aquel infierno, la esperanza de volver a ver algún día a su compañera de viaje.
Mosaka tuvo aún peor suerte, porque a parte del inhumano trabajo diario, estaba obligada a compartir el lecho de su amo siempre que a éste le apetecía copular con ella. Algunas de sus compañeras, aceptaban este hecho de un modo natural y si quedaban embarazadas, sus hijos eran educados por el padre con tanto cuidado como los asnos y los terneros.
Los esclavos ignoraban las leyes, y al blanco tampoco le interesaba que conociesen. Era tanta la opresión que sufrían, que ellos mismos se persuadían de que eran de naturaleza inferior o solo nacidos para padecer y obedecer, pero ni siquiera aquel tormento podía quitarle su alegría e incluso a veces se entregaban al baile.
Mientras los veía danzar al compás del ritmo que llevaban en su sangre, Mosaka siempre permanecía sola en un rincón. El recuerdo de la imagen de Kunte y la esperanza de volver a verlo otra vez eran sus únicos momentos de felicidad, la única compensación a seguir viviendo.
Un día se dio cuenta de que algo estaba creciendo en sus entrañas y cuando ya estaba decidida a matar a su hijo para librarle del horrible porvenir que le aguardaba, la suerte hizo que escuchase, escondida tras unas matas, una conversación entre dos blancos…
. – En el Parlamento Inglés han surgido voces en contra de la trata de esclavos. – decía uno- Los Cuáqueros han comenzado a combatir el tráfico de negros por medio de la imprenta. –
. – Ellos no los conocen. -añadía el otro- Los negros son gente falsa, depravada y muy peligrosos porque son tres veces más numerosos que nosotros. Aprovechan todas las ocasiones para ponerse enfermos y no trabajar, y algunas veces toman venganzas atroces y prenden fuego a las plantaciones. –
. – Hay que evitar por todos los medios que estas voces de libertad lleguen a sus oídos. – concluyó el primero.
Pero Mosaka si las había escuchado y aquellas palabras la decidieron a huir de allí. Sabía a lo que se exponía, cuando se enterasen de su desaparición sería perseguida como una fiera por perros adiestrados a su olfato, prestos a despedazarla si la alcanzaban, pero pensó que, si su hijo naciese lejos de allí en algún lugar de las tierras del norte, quizá algún día podría vivir en libertad y no sería tratado como un ser diferente al resto de los humanos
Kunte también había oído aquel rumor que como un torrente de lava candente se propagaba por todas partes y en su esperanza de encontrar a Musaka decidió acabar con aquella vida que solo le deparaba vejaciones e injurias.
En un momento de descuido del capataz, Kunte se apoderó de su arma, sabía también el castigo que se infería a los delincuentes. Si lo descubrían le meterían los pies en un cilindro de moler azúcar y lo triturarían poco a poco, pero él ya había soportado más de lo que cualquier ser humano puede soportar y si moría, le sostenía la idea de que después de muerto su alma volvería al gran mar, para ver de nuevo a su patria y a su familia, donde esperaría pacientemente a Mosaka, si ella todavía no estaba allí aguardándole.
Escaparon los dos y caminaron alentados por la esperanza de encontrase en las tierras del norte. Su pensamiento les atraía el uno hacia el otro con la fuerza de un imán y el sol guiaba sus pasos durante el día y las estrellas durante la noche.
En 1818 la American Colonation Sociaty dio comienzo al ambicioso plan de devolver a África a los esclavos de los Estados Unidos de América. El proyecto se inició con el embarque de un primer barco de 1.800 negros americanos, rumbo a las costas africanas, donde no fueron bien recibidos por sus hermanos de sangre. El problema era más complicado de lo que parecía a primera vista en las asambleas inglesas, los esclavos no sabían qué hacer con su libertad porque nunca la habían conocido y aunque tarde, la humanidad empezaba a comprender que para borrar las grandes iniquidades no bastaba con dejarlas abolidas.
Kunte y Mosaka eran ajenos a todo lo que estaba sucediendo en el Mundo, ellos solo corrían hacia la libertad para compartirla juntos. Ni el hambre, ni el frío, ni el cansancio, ni el peligro podían hacer sucumbir a aquellos dos seres iluminados por la fe del reencuentro.
Pero ni la historia ni nadie podrá contar nunca si los dos jóvenes negros, compañeros de tortura, llegaron a encontrarse en esta vida, porque solo la espesura de la selva fue testigo de su destino.
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