Brian, El Viaje
Antillas 1600 d.C.
Entre ellos reinaba la más perfecta igualdad de derechos. No conocían jueces ni sacerdotes y nada tenían propio, ni aún la mujer y los hijos, pues todo pertenecía a la comunidad. Sucios y mal vestidos reducían su ambición a un buen fusil con el que podían asaltar cualquier barco, al cual se lanzaban con tal ferocidad, que a veces, hasta hacían prisioneros a navíos de guerra cuyo choque hubiera bastado para lanzar a pique a sus débiles canoas, pero que cedían ante ellos por el increíble valor que les daba despreciar a la muerte.
Aquella mañana el calor era denso y amontonados unos junto a otros sobre la pequeña embarcación dormida sobre la arena, protegiéndose de los abrasadores rayos del sol con algunos pedazos de vela destrozada, los piratas también dormían el profundo sueño que produce la mezcla del hambre en el estómago vacío y del alcohol en el cerebro.
Habían derrochado ya en juego y disipación el botín del último barco capturado y hacía ya muchos días que ningún buque se veía sobre el horizonte. Algunos roncaban con gran estrépito y otros dormían en silencio, pero el sudor hacia brillar los rostros embotados de todos y humedecía sus ropas malolientes.
Inesperadamente una silueta esbelta se deslizó como una sombra sobre aquel montón de cuerpos apretados y saltando ágilmente sobre todos ellos se alejó de la barcaza corriendo al encuentro del mar de intenso color turquesa, que brillaba sobre la blanca arena como una joya. Era un muchacho de apenas doce años, ojos muy azules y cabello rojo como las panochas maduras, las mejillas cubiertas de pecas revelaban claramente su origen irlandés. Corrió hasta llegar a la misma orilla y una vez allí se tiró al agua sin vacilar y nadó como un pez hasta alejarse varias decenas de metros de la playa, como si quisiera escapar lo más rápidamente posible de aquel bulto informe de cuerpos que en la orilla emitían toda clase de ruidos malsonantes mientras dormían el pesado sueño de la borrachera.
El pequeño Brian había nacido en Cuba y era hijo de piratas oriundos de Inglaterra que se habían unido a los bucaneros, antiguos pobladores de la isla. No sabía ni leer ni escribir porque jamás había ido a la escuela y el pillaje, las peleas y el crimen fue toda la educación que había recibido desde que nació, sin embargo, el pequeño Brian no se consideraba uno de ellos.
Desde que tuvo uso de razón sentía en el fondo de su alma un profundo rechazo por aquellas costumbres salvajes con las que nunca pudo identificarse. Para su gente el continuo ejercicio del valor era un poderoso estímulo, no importaba a qué precio. A él en cambio le gustaba más jugar con los animales de la isla, sus únicos compañeros de juegos y sabía separar instintivamente la belleza de la naturaleza, con la fealdad de las cosas creadas por el hombre.
Él fue el primero en advertir la silueta del barco que cada vez con más nitidez giraba lentamente en dirección al Oeste. Se quedó contemplando la silueta de la nave avanzando soberbia, recubierta de banderas multicolores y con las velas desplegadas al viento. Pensó que le gustaría estar a bordo de aquel gran buque para poder irse lejos de allí, porque, aunque nadie se lo había contado nunca, estaba seguro de que más allá de la franja del horizonte debía de haber algo diferente a aquella vida, que él no consideraba suya sino de otros.
Desde el lugar donde se encontraba todo se desarrolló ante sus ojos con gran rapidez. Vio como de las canoas embarrancadas en la playa comenzaban a surgir docenas de hombres empequeñecidos por la distancia que gesticulaban con los brazos y pudo adivinar, aunque no oír, los gritos y las blasfemias que acompañaban siempre al inicio de la lucha, después, una docena de embarcaciones ágiles y ligeras fueron botadas al agua mientras unos 70 u 80 hombres perfectamente armados y resueltos tomaron con agilidad sus lugares en el interior y se dirigieron remando con gran celeridad hasta donde se hallaba el navío dispuestos al abordaje.
Había visto aquella escena muchas veces y le resultaba familiar, sabía que pronto debería formar parte de aquel espectáculo y sentía una interior repugnancia, porque la vista de la sangre de los heridos y de los cuerpos mutilados de los muertos le hacía sufrir.
Se sumergió de nuevo para quedar aislado de lo que estaba sucediendo en la superficie y buceó durante largo rato. El sol atravesaba el agua e iluminaba con destellos brillantes las rocas que se asentaban firmemente en el fondo recubiertas de conchas, caracolas y de erizos. Allí en la profundidad, rodeado de peces multicolores de todos tamaños y de algas que parecían danzar, agitadas por las corrientes marinas, se sentía feliz y a salvo.
Permaneció durante mucho rato en el agua, de vez en cuando salía a la superficie para tomar aire y dejarse remontar un trecho por una ola, después volvía a sumergirse, pero ni una sola vez dirigió la mirada hacia el lugar donde había visto el navío.
Cuando decidió volver a la playa, el sol ya iba descendiendo en su cenit. Aparentemente todo parecía haber vuelto a la normalidad, el viento había amainado y a pesar de tener las velas desplegadas, el barco seguía estando en el mismo lugar donde lo vio por primera vez y las canoas tampoco parece haberse movido de la playa.
Comenzó a nadar despacio hacia la orilla, sus pensamientos le acompañaban, imaginó lo que vería al llegar. Un círculo de hombres gritaría entorno al botín capturado producto de su fechoría y el reparto tardaría horas en realizarse. La parte principal se adjudicaría a los heridos de la siguiente manera: 100 escudos a quien hubiese perdido un ojo y 200 por un brazo mutilado, a los muertos se le enviaría una porción para sus familias y el resto sería derrochado por los vivos de una manera tan rápida como había sido conseguido. Tras duras disputas en el reparto, los contrincantes se pelearían por el oro y el que se considerase agraviado, mataría si tenía ocasión de hacerlo a su ofensor. Después sus compañeros examinarían los hechos y si consideraban que se había hecho justicia, se daría sepultura al muerto y se olvidaría el asunto, en caso contrario, el asesino serio atado a un árbol y cada uno de los piratas del grupo le dispararía un tiro. Después, todos volverían a su vida miserable, todos menos algunos, que se quedarían en la cubierta del barco asaltado o en el fondo del mar para siempre.
Cuando ya estaba bastante cerca del corro de hombres que vociferaban y maldecían, Brian comprendió que ser uno de ellos era el futuro que le esperaba en un corto plazo y que nadie, si no era él mismo, podría cambiar su destino. Entonces respiró hondo para que sus pulmones se llenaran de suficiente oxígeno y
comenzando a nadar rápidamente en dirección contraria a la playa. Aunque había aprendido a
hacerlo casi antes de comenzar a andar y sus brazos estaban entrenados a recorrer grandes distancias en el agua, tuvo que bracear mucho para alcanzar el barco, pero la calma reinante le favorecía y además le guiaba una firme decisión que le infundía una inusitada fuerza para alcanzar su objetivo.
Cuando al fin llegó junto al casco del navío, descubrió fácilmente un acceso para subir a bordo. Sus ágiles piernas treparon por las cuerdas sueltas sobre la borda y jadeante se encontró al fin sobre la cubierta. Una vez allí, intentó ocultarse para no ser visto, pero lo que vio le hizo olvidar su miedo y su cansancio.
Por todas partes se veían cuerpos sin vida, amontonados unos sobre otros y el hedor de la sangre le produjo una sensación de náusea. Los insectos y los gusanos se multiplicaban por doquier y aunque estaba acostumbrado a la suciedad, nunca hubiera podido imaginar que aquella nave que de lejos parecía espléndida y majestuosa, pudiera esconder tanta hediondez.
La vista de los muertos le sobrecogió, aunque estaba acostumbrado a la muerte.! ¡Había tantos! Venciendo su irreprimible repugnancia, se sobrepuso y comenzó a recorrer la nave sorteando los cadáveres que la cubrían.
En la cubierta de popa un pabellón ocupaba la parte principal y que por su mejor acabado supuso estaría reservado a los oficiales. En la proa se erguía un lugar alto, que a juzgar por la cantidad de hombres armados que yacían sin vida junto a la artillería, parecía estar reservado a la defensa y levar el ancla. Ambos lados de la cubierta servían para que se pudieran alzar las velas y un lugar de tránsito de marineros u oficiales.
Brian siguió su recorrido impulsado por la intriga de hallar a alguien con vida a bordo, ya no intentaba ocultarse pues era evidente que nadie intentaría atacarle dado las terribles condiciones en que habían quedado los ocupantes de la nave.
Descendió por unas escaleras interiores hasta hallarse bajo cubierta y descubrió una habitación que por su especial lujo y comodidades le pareció debía de ser la del capitán, Continuó caminando hacia la proa hasta llegar al depósito de las armas y un poco más hacia adelante encontró la despensa, de cuyas provisiones los piratas apenas si habían dejado nada, solo algunos restos de carne salada, queso, embutidos, harina, y habas. Llegando a la proa había otra gran cámara con velas y municiones, pero ni una sola presencia humana en su interior.
Se disponía a subir de nuevo a cubierta, cuando un suave movimiento del navío le hizo perder el equilibrio, enseguida comprendió que se había levantado el viento y el barco comenzaría rápidamente a navegar sin rumbo. En su precipitación olvidó toda prudencia y corrió para alcanzar las escaleras de acceso al exterior. Conocía bien aquellas tempestades de aire que se originaban en cuestión de minutos y levantaban grandes olas que enviaban los barcos a la deriva, llevándolos como juguetes contra las rocas o haciéndolos embarrancar contra la costa.
Un brusco vaivén le zarandeó empujándolo con tal fuerza, que prácticamente fue despedido contra la pared golpeándose la cabeza con uno de los salientes. Brian cayó al suelo sin sentido mientras el barco emprendía una ruta veloz hacia lo desconocido. En la superficie las nubes comenzaban a agolparse negras y sobrecogedoras, como acudiendo a una cita obligada y el cielo adquiría una oscuridad impenetrable.
Cuando se recuperó, la nave parecía haber recobrado la estabilidad, poco a poco fue volviendo a la realidad y comprobó con espanto que el barco se movía como si estuviese navegando en alta mar. Oyó el sonido de unas voces lejanas y su instinto de supervivencia agilizó sus pensamientos…debía ponerse a salvo, nadie podía descubrir que estaba a bordo, su vida estaba en juego…
Pero no tuvo tiempo de ocultarse, dos hombres descendían ya por la escalera hacia donde se encontraba y en pocos segundos estuvieron frente a él. Parecían dos marineros, hablaban en una lengua desconocida y reían a grandes carcajadas. Sus largos cabellos y bigotes denotaban que eran hombres libres. Brian hizo un gesto de defensa previendo un ataque por parte de ellos, pero ante su estupor los hombres pasaron por su lado casi rozándole, como si no existiera.
Una vez repuesto algo de aquella impresión y antes de subir a la cubierta, decidió seguirlos, aunque a prudente distancia.
Los marineros se dirigieron a la despensa y Brian casi no pudo dar crédito a sus ojos al comprobar como aquella habitación que él había visto antes saqueada por sus gentes, estaba ahora de nuevo repleta de comida en abundancia. Comenzaron su tarea de cargar víveres probablemente para la comida de la tripulación sin demostrar que le habían visto.
Brian pensó que el golpe del cual aún se resentía le había enloquecido hasta el punto de hacerle sufrir alucinaciones y entonces se arriesgó, colocándose en el centro de la habitación para hacerse completaste visible a los ojos de los marineros, pero como estos seguían con sus tareas sin demostrar que le veían, aturdido y sin saber que pensar, decidió subir a la superficie.
Una vez en cubierta, el espectáculo que se ofreció ante sus ojos estuvo a punto de quitarle nuevamente el sentido. Los cadáveres que antes había visto eran ahora hombres vivos dedicados a las tareas cotidianas de la navegación en alta mar. Los marineros trepaban por los altos mástiles, arriando y desplegando las velas siguiendo la dirección del viento. Los soldados conversaban animadamente, mientras se ocupaban de limpiar sus fusiles y conservar en buen estado los cañones y el que parecía el capitán de todos, estaba enfrascado en la conversación con varios de sus oficiales. Discutían entre ellos y parecían sumidos en profundas dudas. Aventurarse por el océano era temerario y todos sabían que las corrientes marinas, el viento y las tempestades podían desviar a la nave de su rumbo con gran facilidad y aunque indicaban al marinero que llevaba el timón el curso a seguir, de hecho, se navegaba por intuición.
Como nadie parecía advertir su presencia, Brian cada vez con más confianza, se atrevió a deambular entre ellos. Era evidente que una extraña circunstancia le hacía invisible a sus ojos y aunque el muchacho no comprendía lo que estaba ocurriendo, todavía no estaba muy lejos de la edad en que la fantasía y realidad se confunden de tal modo, que es difícil separar la una de la otra. Aceptó pues los hechos con la curiosidad propia de sus años y decidió vivirlos intensamente.
Había deseado huir de su destino trazado por su nacimiento y fuera como fuese, sus sueños se estaban materializando. Lo importante es que había conseguido escapar de sus gentes y estaba embarcado en la nave que tanto deseó, ahora solo le hacía falta imaginar cómo sería el lugar a donde se dirigía y su fe conseguiría el resto. La fe de Brian era su mejor arma y su mayor tesoro.
Durante los días que siguieron, el muchacho compartió la vida de la tripulación del navío como un miembro más, comía de su comida, dormía en sus literas, paseaba junto a los oficiales y observaba con curiosidad todo lo que le rodeaba. Todos actuaban como si no existiera y alguna vez se llegó a preguntar si verdaderamente no estaba muerto y se había convertido en un fantasma.
Aunque no comprendía sus palabras se sentía muy afín a los sentimientos de sus compañeros de viaje. La mayoría de ellos se habían embarcado en busca de aventuras y otros por necesidad, pero todos buscaban lo mismo que él, una nueva vida, en un lugar distinto para vivir y a todos les guiaba el entusiasmo y la esperanza que les hacía soportar de mejor grado, la dura disciplina y la escasa comida y los insectos que lo invadían todo. Lo mismo que él, todos esperaban la aparición de la franja de tierra deseada en el horizonte y todos también se dormían cada noche con la esperanza de que ésta fuese la última en el mar. Pero los días se sucedían uno tras otro, con una monotonía angustiosa y el mar se mantenía siempre ante sus ojos extrañamente quieto y azul.
Una noche mientras Brian dormía, el barco comenzó a moverse bruscamente. El muchacho se despertó sobresaltado y subió a la cubierta. Allí todo era agitación, el viento había comenzado a soplar con fuerza anunciando tormenta y los hombres corrían de un lado a otro gritando, plegando las velas e intentando mantener el rumbo.
En pocos minutos todo se hizo oscuro a su alrededor y el cielo y el mar se confundieron en un estrecho abrazo que pareció envolverle. Sobrecogido, Brian intentó asirse a un mástil para no ser arrasado por las gigantescas olas que, anunciando la proximidad de la costa, amenazaban arrojarlo a las profundidades.
Entonces una enorme sacudida de la mar acompañada de un estremecedor estruendo hicieron que el muchacho saliese despedido por la borda.
Cuando Brian recobró el conocimiento, se encontró tendido en una playa de dorada arena, un esplendoroso el sol brillaba sobre su cabeza y el mar había vuelto a recuperar la calma perdida. Se incorporó débilmente para inspeccionar el lugar donde se hallaba. Las palmeras se extendían a lo largo de la orilla balanceándose al viento armoniosamente y a lo lejos vio una cordillera de sierras muy altas coronadas de algo blanco que desconocía y que parecía unirse con las nubes hasta el punto de confundirse con ellas, Todo era tan bello que le pareció estar soñando una vez más… nunca había visto nada semejante, de pronto recordó a sus compañeros de viaje y miró mar adentro entonces le pareció ver el barco que le había conducido hasta allí desapareciendo en la lejanía envuelto en la tormenta que le había arrojado a la playa.
Comprendió que aquellos hombres habían muerto hacía tiempo. ¿Quizás habían sido los espíritus de estos que tripulando aquella nave fantasma le habían llevado hasta su destino? ¿O quizás todo había sido fruto de su imaginación y el azar y la suerte habían hecho el resto?
Fuera como fuese, tal y como había imaginado él estaba allí. Su fe le había dado ánimos, valor y fuerza y aquella misma fe le animaría a proseguir el camino emprendido.
Su fe, su mejor arma, su mejor tesoro.
Leave a Reply