Galerio, La Fe

Los Cristianos, Imperio Romano, 250 d.C.

Galerio, procónsul de la ciudad Bitinia en Anatomía, estaba confuso  ante el doloroso deber que la ley le imponía. Con semblante abatido releyó la última frase que acababa de escribir al emperador: – Este asunto es digno de tus reflexiones, vista la multitud de los que se hayan envueltos…Este contagio no ha infestado solamente las ciudades, sino que se halla divulgado por las aldeas y los campos… creo que en este momento una persecución contra los cristianos sería peligrosa…

Después dejó el papel y la pluma sobre la mesa y se levantó para dirigirse a su esposa, que le miraba atentamente desde el otro lado de la estancia. – No creo que esta carta sirva para nada. – dijo apesadumbrada mente.

. – Pero debemos intentarlo. – contestó ella levantándose a su vez y acercándosele.

Galerio desenrolló su toga blanca con bandas de color escarlata que le señalaba como portador de su cargo y se sintió cómodo dentro de su fresca túnica. Comenzaba a hacer calor y el aire que entraba por el ventanal corrió en libertad sobre su piel curtida de hombre joven, el más joven procónsul del Imperio. Como elemento oficial y representante del Emperador, debía seguir utilizando la toga en público, era indiscutiblemente una prenda elegante, pero incómoda y comprendía que la gente la usase cada día menos. Se pasó la mano por la frente húmeda de sudor y añadió.

El Emperador acoge en su seno a todas las religiones, incluso a las  que se entregan a las practicas más repugnantes, pero en cambio se opone al cristianismo. No puedo comprenderlo. –

Donila sonrió al escuchar a su esposo. – Porque el cristianismo niega el carácter divino de los emperadores romanos y sus viciosas costumbres. Sus seguidores afirman que su fe es única y verdadera, considerando demoníacas a las demás La doctrina de Cristo no se dirige a un pueblo sino a toda la Humanidad, sin hacer distinción de los hombres por su cuna, hace iguales al esclavo y al señor, por eso cada día tiene más adeptos, tanto en las clases elevadas como en el pueblo.

Galerio miró a su esposa con sorpresa. – Y tú, ¿cómo sabes tanto sobre ellos? .-

. – La gente ha perdido la fe en los dioses. No es difícil de comprender que en un tiempo de angustia y de escepticismo, la acción de esta nueva religión sea poderosa. Tiene  el encanto del culto, la magia y el misterio y sobre todo la promesa de la redención y de la inmortalidad. –

. -Yo creo que el Emperador solo piensa que los cristianos, en dos siglos, se han multiplicado infiltrándose en todos los estamentos de la sociedad; en la administración, en el ejército, en la enseñanza, en la nobleza, en la plebe, entre los hombres libres y los esclavos y tiene miedo…la última vez que hablé con él, me dijo que, si los cristianos abandonasen el imperio, los romanos se asombrarían de su soledad. Y es cierto. Todo esto me preocupa, es como luchar contra lo imposible. –

 Donila estaba tan cerca de Galerio que los rizos rubios que caían en cascada sobre su frente rozaron el rostro de su esposo. – Ten fe y no desesperes. –

Se besaron largamente, uno en los brazos del otro, Galerio no solo amaba a su mujer, también la admiraba. Ella era su esposa y su amante, pero también era su amiga y en cierto aspecto su colaboradora, tenía muy en cuenta sus opiniones y sus consejos, porque era tan inteligente o más que un hombre y jamás tomaba una decisión sin consultar antes con ella

Sin embargo, en aquella ocasión, estaba convencido de que nada se podía hacer para disuadir al Emperador de la inutilidad y el riesgo de una nueva persecución contra aquellas gentes extrañas que lo invadían todo lentamente. La carta, escrita a instancias de los consejos de Donila era la última tentativa para disuadirle, pero conocía bien el temperamento y la testarudez del Emperador. Permanecería inflexible.

Pensó que quizás su mujer tenía razón al decirle que le faltaba fe y se preguntaba de donde sacaría ella la suya. A pesar de que conocía muy bien a Donila, últimamente le sorprendía mucho, había cambiado y parecía tener un conocimiento extraño sobre aquella secta judía.

Galerio había oído hablar de los cristianos, pero lo que se decía de ellos entre los gentiles no tenía nada que ver con la visión de su mujer. Sabía que vivían en comunidad, regida por un director religioso elegido entre los más ancianos y que vendían todos sus bienes para repartirlos entre sí, lo cual le parecía un gesto de locos y o de alucinados. Sabía que se reunían en unas galerías excavadas bajo el suelo donde enterraban a sus muertos y celebraban en secreto sus ceremonias religiosas, de las cuales se contaban las cosas más dispares. Se hablaba de que bebían un vino sagrado, al que le llamaban sangre derramada, por lo que la imaginación popular deducía que sacrificaban a sus hijos pequeños. Incluso había oído decir que su Dios tenía cabeza de asno. Cuando le dijo esto a Donila entre risas, ella le había comentado muy seria.

. – Esposo mío, los romanos no tienen inconveniente en adoptar para su religión oficial a una serie de dioses de países conquistados. Unas veces los asimilan como los suyos propios y otras le hacen un hueco entre sus divinidades. Si en realidad el Dios de los cristianos tuviera cabeza de asno, acaso los romanos no hubieran visto inconveniente en elevarlo a los templos. Pero han tropezado con una religión, lógica y sencilla. Su Dios es exclusivo, todo bondad y rectitud, Por eso los gentiles propalan contra los cristianos las más terribles acusaciones y calumnias y los consideran enemigos de la humanidad… porque  no pueden compartir su imperio en los corazones de los fieles.

Cuando ella hablaba así, Galerio no sabía que pensar, la miraba a los ojos, y le parecía que no la conocía… era distinta… se transfiguraba, incluso parecía más hermosa.

abía llegado la orden del Emperador y era contundente. Galerio vio así confirmados sus temores, la persecución contra la maligna secta debía hacerse inmediata a riesgo de perder su puesto y sus propiedades.

Hacía tres días que su mujer había partido de viaje para visitar a sus padres y se alegró de que Donila no estuviera a su lado aquella noche, le

hubiese resultado muy difícil mirarse en sus ojos,

sin sentirse culpable de obedecer al Emperador. Era consciente de que no había ninguna prueba contra aquellas gentes que, simplemente, parecían amar a sus semejantes y renunciar a las cosas materiales del mundo, sin embargo, él debía olvidar que poseía una conciencia, porque su vida, la de su familia y todas sus pertenencias estaban en juego…

Era noche cerrada cuando Galerio, al frente de sus soldados ocultos bajo mantos oscuros de gruesas tela y capuchas sobre sus cabezas, entraron en el recinto sagrado de los cristianos. Nadie sospechaba de ellos, habían utilizado el pez como contraseña, información conseguida por un delator a cambio de una recompensa…

Le sorprendió ver la cantidad de personas allí reunidas en actitud de oración, permaneciendo en silencio, agrupados unos junto a otros como para protegerse y darse calor. Ningún rostro parecía visible.

En cuanto apareció el anciano presbítero todos se arrodillaron con devoción y descubrieron sus cabezas. Galerio y sus soldados también lo hicieron para no despertar sospechas, pero permanecieron semiocultos entre las columnas recubiertas de símbolos, tratando de no llamar la atención.

El hombre comenzó a hablar ante la expectación de todos los presentes, su voz era suave pero clara, de tal forma que parecía atravesar el silencio. La luz de las antorchas se reflejaba en los ojos de todos en un brillo especial que parecía iluminar también la estancia.

De pronto un sentido de alarma pareció despertar

en su corazón. Había reconocido aquellos destellos, eran

 los mismos que surgían de la mirada de Donila

al hablar de los cristianos y sintió miedo…

. – Hermanos, ha llegado la Plenitud de los Tiempos

Esa Luz que se propaga de Oriente a Occidente y hace desaparecer en el ocaso a los viejos ídolos impregnándolo todo en un ambiente nuevo que no puede explicarse sino es por el sentimiento del amor de Cristo. El hombre quiere estar liberado de su destino, del poder de la suerte y solo puede obtener esta liberación, o despegado de sí mismo y de los bienes que lo atan a la Tierra, experimenta su unión con la divinidad, hasta el punto de identificarse con ella porque Dios es nuestro Padre y a la vez todos somos parte de Dios.

Uno de los soldados de Galerio se revolvió inquieto a su lado. –

. – Señor. – le dijo al oído.- Esta blasfemando contra el Emperador ¿a que esperamos para matarlo? .-

A Galerio no le había parecido blasfemia lo que había escuchado, antes bien, estaba muy sorprendido del efecto que le causaban las palabras del anciano, que le recordaban extraordinariamente a las de Donila y deseaba seguir escuchándole.

Entonces la vio… la reconoció claramente a pesar de la oscuridad, los

 cabellos rubios brillaban sobre sus espaldas curvadas en señal de respeto, sus manos estaban juntas en oración, su cara parecía transfigurada, algo muy parecido a la agonía de la muerte pareció subir de su estómago a su garganta e invadir todo su cuerpo. Donila estaba allí.

Comprendió entonces porque ella parecía conocer tantas cosas sobre aquella gente, porque parecía haber cambiado en los últimos tiempos…Donila era cristiana. Como si fuese consciente de la intensidad de la mirada de su esposo, su mujer se giró hacia él y le vio también…

Galerio se adelantó instintivamente hacia ella y el mundo pareció detenerse para ambos, los dos comprendieron en unos instantes que aquella era la última vez que estaban juntos. El tiempo condensado en la fracción de un segundo pareció pertenecerles y hablaron sin palabras, ajenos a todo lo que les rodeaba. Y así, sin que nadie lo advirtiese, los esposos se juraron amor eterno y se despidieron…

Los soldados interpretaron el incontrolado gesto protector de Galerio hacia Donila como una orden de ataque de su jefe. Todo sucedió muy rápidamente, desenvainaron sus cuchillos y sus espadas e irrumpieron en el centro de la estancia, pronto el suelo comenzó a teñirse de sangre y los gritos y la confusión parecieron reinar por todas partes. Aquellos seres extraordinarios no se resistieron a luchar contra los agresores, más bien parecieron aceptar la masacre con una firmeza y valentía que sorprendió a los mismos soldados. Ellos no sabían que aquellos espíritus

 transfigurados por la fe, deseaban en el fondo alcanzar el martirio que había de llevarlos a presencia de Dios y que la muerte era una confirmación de aquellas palabras, que el Maestro había dicho antes de morir: Padeceréis por mí, por la recompensa será alcanzar el cielo y sentarse a mi lado en el Paraíso.

Cuando Galerio consiguió llegar al lado de su esposa, ésta yacía muerta amontonada sobre varios cuerpos sin vida, una sonrisa se dibujaba en sus hermosos labios entreabiertos. Estrechó el cuerpo de su mujer contra el suyo con dolor, Uno de sus soldados a su lado, le miró sorprendido, entonces Galerio se dio cuenta que la fuerza que había llevado a Donila hasta allí acababa de entrar también en su corazón.

No lo pensó ni un segundo siquiera, se dirigió al soldado asombrado, que

todavía sujetaba la espalda en la mano y le dijo simplemente:  Ahora

mátame a mí. Yo también soy cristiano. – Y como el hombre dudaba en

efectuar la orden de su señor, el mismo cogió la espada y la hundió en su

pecho con fuerza.

Cuando cayó sin vida al lado del cuerpo su esposa, la misma sonrisa de

Donila iluminaba su rostro.

Gloria Corrons
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