A CRUEL ANGEL TESIS

Introducción:

“In our world, none can escape the wheel of suffering and pain, not even the most innocent and naive, knowing that God must be evil. Every promise of paradise after this life is nothing more than a taunt, a cruel angel thesis.”

El deseo de no existir se puede identificar como el anhelo de querer desaparecer, sin tristeza, sin dolor, sin consecuencias, el retorno a la nada. Pese a sus profundas implicaciones metafísicas, el concepto no es solo multitud de creencias sobre las características de la vida, sino también un profundo deseo arraigado en el subconsciente del individuo.

Otra forma de observar, sería desde el punto de vista teológico. En la novela “The brothers karamazov” por Fyodok Dostoevsky. En esta, un monje y un ateo, hermanos, entran en un bar. Allí debaten sobre la existencia de Dios y la moralidad de este:

“It’s not that I don’t accept God…I just respectfully return him the ticket.”

La principal característica del deseo de no existir es el miedo, miedo aquellos que nos rodean, miedo a uno mismo y sobre todo, miedo al dolor. Es por eso que, la idea del suicidio, aunque parecida, es descarta, pues la muerte suena demasiado definitiva y dolorosa.

Por otro lado, aunque aquellos con este deseo pueden ver el mundo que les rodea como un lugar horrible, no es una constante demostrada en todo los casos.

No querer morir, pero al mismo tiempo no querer existir, implica una esperanza contradictoria, uno en la que el individuo pueda seguir viviendo, aunque sea por descarte.

Nudo:

Esta contradicción de dos ideas, relativamente antagónicas, es conocida como Disonancia Cognitiva: referencia a la tensión o desarmonía interna del sistema de ideas, creencias y emociones (cogniciones) que percibe una persona que tiene al mismo tiempo dos pensamientos que están en conflicto, o por un comportamiento que entra en conflicto con sus creencias. Es decir, el término se refiere a la percepción de incompatibilidad de dos cogniciones simultáneas, todo lo cual puede impactar sobre sus actitudes. En casos donde la disonancia cognitiva florece, el individuo tiende a escoger el la idea o deseo más fácil para llevar a término o el que sea mejor aceptado en su entorno.

Otro término importante relacionado con la idea de dejar de existir es el dilema del Erizo, una parábola acuñada por Arthur Schopenhauer.:

“Un día de invierno frío, un grupo de erizos, apretujados con tal de mantener el calor corporal. Pero pronto sintieron el efecto de sus púas entre sí, lo que los hizo alejarse nuevamente. Ahora, cuando la necesidad de calor una vez más los juntaba, el inconveniente de las púas se repitió para que fueran lanzados entre dos males, hasta que hubieran descubierto la distancia apropiada desde la cual podrían tolerarse mejor.”

Los humanos hemos evolucionado para ser seres gregarios, la necesidad de cercanía y sociedad que surge de la monotonía, hace que busquemos el calor ajeno, pero, las muchas cualidades desagradables y repulsivas y sus inconvenientes insoportables nos separan una vez más.

Según el mismo Schopenhauer: El mundo está compuesto de voluntad y representación. Mientras que el universo es un solo concepto, operando en unidad, los seres humanos tienen su propia voluntad, distinta de la del universo y entre sí. Cada persona sólo experimenta una muestra limitada del universo

total, haciendo que cada uno tenga sus propias perspectivas únicas, añoranzas y sufrimientos. Asi pues, mientras los seres humanos existan como entidades separadas, aisladas el uno, sin capacidad para conectar totalmente con su entorno ni sus semejantes, el sufrimiento y la desesperación plagaron nuestras mentes.

Teniendo esto en cuenta, Schopenhauer argumenta que, nuestros deseos se forman como respuesta a nuestra separación de los demás.

“La idea de la voluntad individual del Yo es innecesaria y sin valor. Solo sufrimiento emerge de nuestros anhelos, porque estos solo aparecen de una insatisfacción inicial”

“The Big Other” acuñado por Jacques Lacan hace referencia a un concepto metafísico, exterior al individuo y, sin embargo, siempre nos acompaña, no és una persona, sino un símbolo, una categoría. Se podría definir vagamente como la imagen de nosotros que damos al exterior y los deseos inalcanzables de los demás individuos. Su característica esencial es que luchamos por saber lo que desea a pesar de nuestros esfuerzos persistentes para averiguarlo.

Todo deseo se forma en respuesta a alguna carencia en nuestras vidas, todo deseo presupone fundamentalmente otros deseos y todo deseo anhela reconocimiento. El deseo es lo que uno mejor adivina como lo que le falta o desea al “Big Other”. Este, está siempre presente en la mente, es una presencia de imágenes que te lleva a preguntarte si tu deseo es aceptable y, más importante aún, si tú, como te definas a ti mismo, eres una persona deseable.

Hay muchas maneras en las que los deseos del individuo puede repeler a otros, a su vez, es un hecho que nunca comprendemos realmente lo que los demás desean de nosotros. La pesada carga de los anhelos propios está intrínsecamente unida al dolor y el sufrimiento. La obsesión por descubrir o cumplir los deseos de los demás o las expectativas de estos hacia uno mismo puede evolucionar rápidamente en sentimientos de vergüenza, soledad o decepción, desembocando así el deseo de no existir.

Al mismo tiempo, la vergüenza, no es más que profunda decepción hacia uno mismo por no ser deseado, la sensación de que todo es lo que forma al individuo, es cuanto menos, invalido. Sin embargo, esto solo puede ser experimentado ante un público, aunque este sea imaginario. En vergüenza nos vemos desde una perspectiva exterior, la del Gran Otro. El deseo del Gran Ojo no es tan simple como simplemente hacer lo que otras personas quieren de nosotros, es añorar lo que aquellos ajenos a uno mismo anhelan.

Actuar en contra de lo que deseamos o sentirse avergonzado por lo que deseamos, esta vicisitud conduce siempre al mismo resultado, la desesperación. Ambos implican una sensibilidad hacia “The Bug Other”

El deseo, siempre es parte intrínseca en la vergüenza, ya que, la verdadera naturaleza de nuestros deseos constituye una parte fundamental del yo. La desesperación y el rechazo, esconden su verdadero simbolismo y significado, la desesperación por tener un yo.

El deseo de no existir puede entenderse como una expresión de frustración por la existencia individual, la desesperación se agita en cada uno de nosotros al reconocer que, no formamos parte de un conjunto y la soledad que eso conlleva, por ende, el rechazo es especialmente doloroso para aquellos que quieren ser deseados.

Con tal de librarse de ese dolor, rechazo y desesperación, aquellos con el deseo de no existir anhelan no tener ningún deseo, experimentar la libertad y la paz de una disolución completa del yo en algo mas grande, la misma nada.

Nunca seremos uno, eso es un hecho inamovible, pues nuestra libertad individual es una de nuestras características como seres humanos, pero tal vez, si dejamos de intentar avanzar hacia adelante, ignorando el dolor causado por nuestros deseos desatendidos, podamos empezar a sanar.

Conclusión:

Hay otra manera de imaginarnos devolviendo en metafórico billete; no necesitamos permitir que la inmediatez de nuestra existencia nos defina, podemos intentar aprender a crear de esa nada a la que anhelamos regresar.

Al igual que tenemos la capacidad de pasar de una mezcla de placer y culpa al anhelar nuestros deseos, también podemos sentirnos seguros en lo que a estos impulsa. Parte de este proceso es aprender a decidir por nosotros mismos cómo nos sentimos acerca de nuestros deseos y qué los causa, en lugar de presentarnos para ser juzgados por un jurado de nuestra propia invocación. Todo en la vida está en un estado constante metamorfosis, una cacofonía de colores y formas, el caos mas absoluto, pero al dejar ir las riendas, podemos aceptar que no tenemos control de ello.

Al igual que los erizos, las personas seguirán acercándose unas a otras, solo para sentir el dolor de las agujas metafóricas y alejarse, en un ciclo constante y sin fin. En nuestras eternas simulaciones cíclicas, estaremos propensos a repetir los mismos errores, a desear las mismas cosas, y a ser siempre el inmutable ser que somos ahora, pero cambiante a la vez. La fricción siempre existirá entre los demás y nuestros deseos, aceptando eso podemos afrontar el riesgo de ser aceptados. Al avanzar por esa dirección y aceptar los potenciales dolores del deseo, uno habrá dado pasos hacia la aceptación de sí mismo

Hugo Prieto

Hugo Prieto