Friedrich
Una biografía alemana, 1945, 1995
Dedicado a todos los hombres y mujeres que han sobrevivido una guerra habiendo muerto.
Cuando su mirada descendió sobre la hermosa camelia que se había abierto durante l a noche, apartó negligentemente de su lado la jeringuilla que contenía el veneno. Era el primer día del año. Un año que no había querido vivir. Se oía el estruendo del mar al otro lado de las dunas. Siempre había admirado las grandes olas que como gigantescos mensajeros traían constancia de las lejanas tempestades del Océano Atlántico y agradeció al joven sol de la mañana que iluminase con su presencia el milagro de la primera flor del árbol de la camelia. Inclinó la cabeza y sus lágrimas mojaron el rojo y brillante cáliz de la flor.
¿Por qué Dios le mostraba así toda su exuberancia? Una sencilla mañana le hubiese bastado. Después de la terrible oscuridad de los pasados días todo parecía explotar en una luminosidad radiante, como la luz que había estallado en su interior iluminándole con toda su fuerza.
En su primer paseo por el jardín observó los árboles que se extendían alrededor de la casa y también de su soledad, nunca los había visto de aquel modo. Por primera vez tomaba consciencia de que aquellos seres provenientes de un pequeño germen, habían ido creciendo y envejeciendo, arrugándose y retorciéndose lentamente para mostrar sus cicatrices antes de morir. Los demás plantas debían de seguir el mismo destino, incluso aquella flor que había brillado en su vida por un instante como una estrella fugaz.
La noche anterior, cuando el entendimiento y la paz le envolvieron como una nube de luz, pensó que el destino solamente quería embellecerle la despedida y facilitarle así el paso decisivo a la otra orilla. Ahora la flor y los árboles le mostraban con su sencillez que también en su vida podía abrirse un nuevo período. Al fin le había sido concedido ver el mundo y a todos los seres vivos en su verdadera realidad, para poder así entenderles y amarlas en su constante devenir.
Se dirigió primeramente al puerto y saludó a cada hombre que se cruzó en su camino deseándole un feliz año nuevo. Luego fue a la playa y se encontró con ilusión con su viejo amigo, el mar. !Cuantas cosas le ofrecía la vida por vivir!.
En su país natal a orillas del mar Báltico se había familiarizado con las dunas.
La pasarela de madera le llevó a lo más alto del acantilado y desde allí la visión de la resaca le sobresaltó. Soplaba un ligero viento de levante.
En la lejanía, bajo el horizonte, el mar parecía tranquilo, pero aproximadamente a 300 metros de la orilla las olas empezaban a tocar fondo y subían formando paredes de tres a cuatro metros de altura que, a gran velocidad, corrían hacia la playa para convertirse después en enormes monstruos de agua. Las blancas crestas de espuma eran empujadas de espaldas al viento y al romperse sobre la orilla emitían un bramido que aumentaba gradualmente. La tierra temblaba tanto bajo el impacto, que en los días de grandes tempestades éste podía oírse desde la casa.
En la lejanía, en lo más profundo del mar, el Todo despedía a lo Múltiple, las olas, sus criaturas, nacidas para alejarse, fortalecerse y superarse y para romper y morir en el caos.
El viejo Friedrich había bajado a la playa durante semanas para reflexionar sobre las cenizas de su vida. Una vida que a él le parecía un total fracaso. Tenía la esperanza de encontrar en el fondo de su meditación algo de lo bueno y hermoso que había soñado en su juventud, pensaba que quizás entonces podría soportar mejor lo malo, que en algún lugar de su interior reclamaba hacerse consciente. Y el mar, su mar le había ayudado.
Corría el año 1925 cuando los padres de Friedrich engendraron a su segundo hijo. Eran los días en que para poder comprar comida, se cambiaba un cesto de un billón de Reichsmark por un solo Rentenmark. Esto ocurría en la ínsula de Usedom en el mar Báltico donde el padre ejercía de médico del balneario del pueblo.
La cuna estaba tan cerca de la playa, que el recién nacido podía escuchar el sonido del mar. Entre otras muchas cosas Friedrich pronto aprendió que hay que evitar llevarse arena a la boca, aunque esto tampoco fue lo único que el tuvo que aprender por si mismo. El despacho de un médico no dejaba demasiado tiempo para ocuparse de la familia y Friedrich y su hermano mayor apenas fueron molestados con demasiados intentos de educación.
Friedrich tenía un amigo que siempre estaba dispuesto a unirse a sus juegos y travesuras. Los dos juntos simulaban batallas navales con barcos de juguete en verano y en el invierno organizaban campeonatos de bicicleta haciendo largos recorridos por las paseos cerca de las dunas de la playa. También construían cavernas en los bosques para jugar juntos con otros chicos a policías y ladrones.
Una tarde, cuando quizás Friderich tenía 12 o 13 años, un acorazado de la marina ancló a lo lejos, ya que el mar poco profundo le impedía acercarse a la costa y los pescadores con sus barcazas, transportaron para visitar el barco a los residentes en el balneario del pueblo. Para su desgracia, el dinero que tenían los jóvenes muchachos no bastaba para poder acompañar al grupo, pero enseguida se dieron cuenta de que también podían visitarlo a bordo de alguna pequeña lancha.
Después de dos horas de remar todavía no habían logrado alcanzarlo. Cuando sus manos comenzaban a encallecerse, escucharon un ruido inconfundible. El barco estaba levando anclas dispuesto a partir. Su desilusión fue enorme. También ellos dieron la vuelta en dirección contraria.
La playa era solamente una delgada línea en el horizonte que se extendía ante sus ojos. Con la luz del crepúsculo aparecieron también las primeras luces del pueblo y los muchachos empezaron a darse cuenta de que desde alli en la oscuridad podía ser difícil dominar las olas, aunque también pensaban que aún era mucho más «peligroso» lo que les esperaba en su casa al volver.
En aquel momento escucharon el ruido de un motor, uno de los pescadores volvía de una de las ínsulas con su barca cargada de visitantes Al verlos viró hacia ellos arrojándoles una cuerda y los arrastró hacia la orilla. Por suerte el capitán de la barcaza había sido también capitán de salvamento, sabía lo que se debía hacer en estos casos.
Friedrich fue siempre lo que se llama un chico que parecía tener la suerte de cara, de agradable presencia, amable y simpático, se hacía querer por todos y siempre era bien recibido en todas partes. A pesar de no ser quizás el más dotado ni mucho menos el más aplicado, tenía un sentido natural para conseguir hacer siempre lo más importante dejando de lado lo superfluo y así ganar el tiempo que necesitaba para dedicarse a su ocupación favorita: Soñar.
Soñando llenaba muchas de las horas que los adultos no tenían tiempo para dedicarle y le dejaban solo. Para él, soñar significaba viajar a lejanos países y correr aventuras. Luego más tarde, aquellos sueños se centraron en descubrimientos científicos y en la investigación. Leía incansablemente novelas de viajes, siendo su favorita Simbad el Marino, más tarde leyó libros de Astronomía hasta descubrir al bacteriólogo Roberto Koch.
Siempre fue un niño introvertido y meditabundo del cual su familia solía burlarse cariñosamente llamándole «profesor distraído». «Ahí viene el soñador.»…. solían decir al verle citando un pasaje de la Biblia. Friedrich nunca perdió la inquietud y el afán de la investigación, hasta su vejez.
En su décimo aniversario le regalaron un violonchelo e hicieron venir a un profesor de música para darle clases, al que más tarde llegó a admirar y estimar mucho. Su padre lo había organizado así porque necesitaba un violonchelista para formar con su hermano un trío musical familiar. Fue una suerte que este instrumento correspondiese exactamente a su manera de sentir porque lo acompaño fielmente durante 50 años, a lo largo de todos los disturbios de la guerra, de su fuga, su profesión, sus matrimonios y sus amistades.
En aquel mismo cumpleaños le regalaron también el uniforme correspondiente a los más jóvenes de las Juventudes Hitlerianas. El alistamiento probablemente fue un deber pero seguramente un deber obvio. Allí se reencontró con todas sus amigos y camaradas del colegio y lo que ellos antes habían llamado juegos de ladrones y policías ahora lo llamaron prácticas militares, pero para todos, el bosque de su infancia seguía siendo el mismo.
A los 14 años se integró en las Juventudes Hitlerianas, la familia se había trasladado al interior del país cerca de un gran lago donde uno de sus amigos era el dueño de un pequeño velero. Para los más jóvenes, los uniformes de la marina con sus grandes cuellos de marino, eran aún si cabe más atractivos que los otros uniformes militares. Además, allí se podía aprender a remar y a hacer nudos marineros y en los puertos a lo largo de la costa se impartían cursos de navegación a bordo de los grandes barcos de vela.
La familia no hablaba nunca de política, solo se escuchaban por la radio los discursos del Führer «Habla el Führer… aunque para Friedrich era más interesante la técnica de la radio en sí, que el contenido del discurso mezclado con los gritos y las voces del gentío en el fondo.
Cuando tenía 13 años Austria se acababa de integrar de nuevo, a la «madre patria», y un poco más tarde, Alemania se anexionó también la antigua parte germana de Checoslovaquia. A los 14 años cuando el ejército hizo su entrada en Polonia, la madre de Friedrich dijo simplemente: Es la guerra.- y aquella tristeza de sus ojos, fue lo que más recordó el muchacho de aquellos años..
Pero en el colegio que Friedrich frecuentaba reinaba la alegría. «El Füher lo arreglará todo», se comentaba. Y en la clase, un profesor fijaba con alfileres de colores las posiciones de las tropas alemanas sobre un mapa de Europa. Estas avanzaban tan rápidamente, que las alfileres casi ya no podían seguir el recorrido de las mismas.
Todos habían leído el libro en que, con toda clase de detalles, se explicaba el porque los alemanes carecían de suficiente espacio para vivir en su país y necesitaban ocupar los países vecinos y en las clases preparatorias a la confirmación, los jóvenes aprendían también que Jesús nunca fue judío. Todo estaba en orden.
Pero a Friedrich le interesaban otras cosas. Acababa de descubrir la magnitud del Universo y el contemplar por primera vez las estrellas del cielo con los ojos de la consciencia le causó una profunda impresión. Así que buscó por todas partes unos lentes adecuados para construir su propio telescopio y con él poder contemplar los cráteres de la Luna los satélites de Júpiter y los anillos de Saturno. En el viejo microscopio de su padre se veían también las células y el hormiguero incesante de los protozoos. Milagro de milagros
Un día leyó su primer poema y se dio cuenta de que toda la librería familiar estaba llena de hermosas narraciones. También empezó a mirar a las chicas con otros ojos, intentando encontrar en el primer contacto de unas manos femeninas y en la excitación del primer beso, el presentimiento de un amor que pudiese darle todo el calor que en su infancia no pudo tener del todo.
Su adolescencia transcurría con normalidad hasta que un día todo cambió. Fue un 28 de Septiembre del año 1942, cuando solo faltaban seis meses para los exámenes finales. Durante una clase de matemáticas el director de la escuela entró en él aula inesperadamente y se dirigió hacia donde se encontraba Friedrich que se levantó con respeto.
.-El Führer le ha llamado a filas. dijo el director sin más preámbulos. -Ha de entrar en la marina el día 1 de Octubre. Aquí tiene usted su certificado del bachillerato. Le felicito. Puede usted irse a casa-.
Durante toda su infancia Friedrich había deseado ser médico de a bordo. Ahora con el país en guerra, la única posibilidad para ejercer esta profesión era en la marina. El ejército aceptó su petición y después de las instrucciones militares básicas pudo empezar a estudiar la carrera en una pequeña universidad de Suabia.
Transcurría el tercer año de la guerra europea. En las vacaciones semestrales, los soldados iban de servicio al frente. En aquella ocasión su destino era un buque tragaminas, destinado en el Canal de la Mancha. Las baterías enemigas estaban al alcance de la vista y la navegación sólo era posible durante la noche. El trabajo del barco consistía en despejar las minas de una vía marítima para dejar paso a los cargueros que transportaban minerales desde España. Con los prismáticos podían verse las estelas de espuma que las lanchas inglesas dejaban sobre el agua del mar. Una nueva aventura.
El comandante del tragaminas había sido capitán de un pesquero antes de la guerra y siempre, a pesar de las corriente y aunque fuera de noche y con los faros del mar apagados, sabía encontrar la complicada entrada al puerto de Caláis. !Todo un marino!.
En uno de los regresos hacia la Universidad, un camarada no volvió con los demás, se dijo que su barco había sido destruido por una mina. Pero el compañero había desaparecido para siempre. Aquel fue el primer contacto con la realidad de la guerra. Una terrible noticia sobrecogió poco después a Friedrich. Su hermano había caído en Normandía. Friedrich se estremeció cuando escuchó el grito de su madre al otro lado del teléfono.
En el Canal, los ingleses comenzaron a disparar por radar y ya no fue posible la navegación para los alemanes. Friderich se vio obligado a ingresar en un curso para oficiales impartido en el mismo cuartel donde había hecho su instrucción militar. Allí y en plena guerra, se practicaban ejercicios de sable para adornar las brillantes desfiles militares. Toda una locura.
El destino llegó en la persona de un amigo: Friedrich. -le dijo.- tus padres también proceden de Prusia igual que los míos. Tenemos la posibilidad de cambiarnos a infantería. Allá en el este quizás podremos hacer algo más útil que todo esto aquí.
Dicho y hecho. El ejército ascendía a los jóvenes a tenientes en seis semanas para mandarlos después al frente del este, donde los rusos habían empezado a invadir Alemania. Friderich y su amigo cambiaron su uniforme de color azul por otro de color gris. Y en el bolsillo especial de la chaqueta militar, en el que cada oficial guardaba sus mapas, Friedrich llevaba libros: Fausto, Hölderlin, Omar Chajjam y Hafis.
Una orden para entrar en acción separó a los dos amigos y Friedrich fue destinado a una pequeña ciudad en el sudeste de Prusia al mando de una compañía de veinte hombres (en lugar de los 120 que habían al principio de la guerra).
Se oye atronar la artillería por tres flancos. El armamento consiste en una vieja ametralladora, que maneja un cabo procedente de Berlín y una bazooka. El berlinés dice «la ametralladora ya no vale mucho, tiene demasiado retroceso al disparar.»
Por la noche la compañía debe ocupar y defender las casas situadas en el sur de la ciudad dirección Ortelsburg. Estas son las órdenes. Un par de horas de descanso refugiados en las casas vacías y heladas. Al amanecer la niebla es densa.
Es Enero, están en un país plaño cubierto de nieve, sin árboles, y sin posibilidad de ponerse a cubierto. Caminan a tientas de un árbol a otro. De repente un matraqueo de cadenas y voces que hablan en ruso. Friedrich ordena a sus hombres regresar y esconderse en un hoyo sin grava.
El viejo sargento toma el mando mientras Friedrich se queda a solas junto a una casa, con el cabo y la ametralladora. El antiguo integrante de las juventudes Hitlerianas practica de nuevo juegos militares.
Parece que un poco más lejos, a 50 metros, hay otra casa y es de allí de donde provienen las voces. En la carretera, de repente, se vislumbra un negro monstruo entre la niebla: El tanque. El mismo Friedrich toma la ametralladora y la coloca encima de un montón de paja, el cabo debe fijar el trípode. Probablemente los harapientos hombrecillos procedentes de Asia aparecerán ahora en escena tal y como tantas veces se ha visto en los noticieros semanales proyectados en el cine. !Las nieblas empellidas por el viento deben desaparecer!
Como si obedecieran a sus deseos, en un segundo y por un corto instante, las nieblas desaparecen y todo se ve claramente iluminado por el sol. A la derecha de la casa, detrás de un largo terraplén hay al menos cincuenta rusos. Friedrich apunta. ¿Pero que ocurre?. Aquellos hombres jóvenes, de buena apariencia, con abrigos nuevos y flamantes quepis no pueden ser ellos….. A la izquierda puede verse también a un grupo de oficiales con sus gorras de visera adornadas con galones de oro. Friedrich tarda en reaccionar, el cabo, de repente, da un salto hacia la casa y logra ponerse a salvo. Algo tiene que suceder.
Friedrich aprieta el gatillo. El arma retrocede hacia arriba y la descarga pasa sobre las cabezas de los rusos que se tiran al suelo. Ya no se ve nada. La niebla ha vuelto. Friderich devuelve la ametralladora al cabo. A la izquierda de la casa se ve todavía la sombra del tanque. ¿Utilizará el bazooka?…
Los soldados rusos solo tardan dos minutos en reaccionar y avisar al tanque de donde se encuentra el enemigo. La granada explota en el tejado de la casa directamente encima de Friedrich y éste se desploma, ya no siente el brazo derecho y le dice al cabo: «Estírame de la mano, me han cortado el brazo.» El cabo lo intenta sin éxito.
La niebla esta a su favor. Saltando de árbol en árbol consiguen llegar al hoyo donde están escondidos sus hombres. El sargento se da cuenta enseguida de la situación…»Tiene usted una bala en el cuello.»
Entonces toma la mano izquierda de Friedrich y se la coloca encima de la herida que sangra «apriete aquí» le dice y luego dirigiéndose al Cabo: «Acompañe al teniente al hospital militar, en el Ayuntamiento.»
El camino es de un cuarto de hora andando, la sangre que gotea de su cuello se escurre dentro de su bota derecha. La escalera del hospital es lo último que Friedrich puede ver. Encima de la mesa de operaciones oye lejanamente la voz del capitán médico diciendo: «Aquí solo puedo detener la hemorragia y vendar la herida.»
Friedrich busca en su memoria la palabra que corresponde a la arteria del cuello.
Solo recuerda, Arteria Iliaca, aquella palabra que tanto le había gustado siempre. Probablemente la pronuncia en voz alta, porque el médico mira extrañando en dirección a su pierna, y sonríe. El joven parece ser un futuro colega y con el shock confunde la arteria del cuello con la arteria pélvica.
Friedrich es instalado en el sótano del hospital entre otros muchos heridos. Pero pronto alguien se le acerca y le aborda: «Se busca un teniente con una herida en el cuello.» Fuera espera un camión lleno de heridos, es el ultimo coche que puede abandonar la ciudad antes de que los rusos la rodeen. En el camión cerca de la puerta posterior hay un sitio libre para él. !Es obra del médico capitán!.
El camión con los heridos fue descargado delante de un gran edificio, en el valle de la Weichsel en medio del campo y que quizás podía haber servido de escuela para varios pueblos de los alrededores. Colocaron a Friedrich en el primer piso donde todavía quedaba una cama libre. Se dio cuenta de que le quitaban la chaqueta empapada de sangre seca y le tapaban con una manta de lana. Su abrigo ya se había perdido hacía tiempo.
Nunca supo si despertó después de horas o de días. La cama enfrente de él estaba vacía. También podía ver otras camas vacías. No había nadie en ninguna parte. Por fin podía girar la cabeza: La puerta estaba abierta.
El joven logró, apoyándose en un brazo, incorporarse de la cama y colocarse con una mano la chaqueta del uniforme sobre los hombros Después atravesó la sala y salió. Allí arriba, todas las puertas estaban abiertas, todas las salas vacías. En la escalera que conducía al gran vestíbulo resonaban los pasos de Friedrich. Tampoco había nadie en el piso de abajo, y comprendió que se había evacuado la casa y se le había dado por muerto. Se estremeció. Se dirigió hacia la puerta de cristal que conducía al exterior.
De repente, de la portería llego una voz excitada: ¿De donde viene usted? Una vieja enfermera con una cara bondadosa y los ojos abiertos de espanto, corrió hacia él: «Parece que le…que le han olvidado».
Luego miró por la ventana: «¿Ve usted a lo lejos aquella línea? Es la vía del ferrocarril y allá cerca de los árboles está el tren hospital que aún no ha partido. Logrará alcanzarlo, es solamente un kilómetro sobre la nieve .»
El la miró: «¿Y usted hermana?
«Me quedo aquí, quizás aún vengan más heridos.»
Sus miradas se cruzaron.
«Espere. «Corrió hacia dentro de la casa volviendo con una manta que puso sobre los hombros de Friedrich. Entonces Friedrich se dio la vuelta y se vio obligado a abrir por primera vez una puerta con la mano izquierda.
La nieve crujía debajo de sus botas. Andar, solo andar…
El muchacho logró alcanzar la vía. Desde el tren le habían visto y le esperaban. Unos hombres le alzaron hacia el vagón. Todavía pudo notar que le quitaban las botas y el uniforme y le tendían en una cama. Se sentía indefenso como cuando era un niño, Pero antes de caer otra vez en la inconsciencia pensó que ahora ya solo tenía un brazo útil.
Friederich sintió una fría sensación en el muslo derecho y un pequeño dolor. Abrió los ojos y vio a una enfermera que sentada en el borde de su cama, había desinfectado la piel de su muslo y cuando notó que el se despertaba le dijo.» Solo le he puesto una inyección del tétanos.»
Friedrich vio entonces su bonita cara enmarcada por una cofia de enfermera. Sus cabellos eran negros y también sus ojos, pero la conjuntiva estaba peligrosamente amarillenta así como también su piel. » Hermana, usted esta enferma, muy enferma, ¿que hace aquí? Debería estar en cama.»
Ella solo dijo: Voy a traerle algo para beber, no hemos podido darle nada durante dos días . También entonces sus miradas se cruzaron.
Friedrich observaba como en el exterior, el paisaje invernal desfilaba velozmente. Pronto el tren llegaría a Stettin.
Cinco meses más tarde, un mes después del final de la guerra, Schleswig-Holstein, la provincia más al norte de Alemania estaba bajo la ocupación inglesa. El médico jefe del hospital en donde Friedrich estaba internado, había conseguido un camión y el permiso de los ingleses para ir hasta Husum en busca de alimentos. El médico sabía que la madre de Friedrich se había fugado de la invasión de los rusos e iba camino hacia allí y le condujo hasta ella. Así madre e hijo volvieron a encontrarse.
Ella había huido de su casa en un coche cargado con todas sus pertenencias, pero durante la arriesgada fuga lo había perdido casi todo y ahora por fin llegaba a Husum a pie llevando solamente consigo un cofre. Este cofre que ella había defendido valientemente contra todos y contra todo contenía únicamente algunos recuerdos familiares y fotos de sus antepasados. Sus nietos y bisnietos se lo agradecerían.
El camión a su vuelta fue detenido por una patrulla inglesa. Los ocupantes fueron obligados a bajar acompañados de amenazas y conducidos al exterior de un garaje donde ya se encontraban una docena más de soldados y oficiales alemanes.
Allí un oficial ingles con la cara enrojecida de excitación los insultó obligándoles a alinearse mientras los apuntaba con su pistola. Luego ordenó a sus soldados que abrieran las dos puertas del garaje y todos pudieron ver los cadáveres desnudos de ocho prisioneros rusos muertos de inanición. Era una horrible imágen.
El oficial inglés grito. «Saluden ustedes» Los alemanes en posición de firmes se quedaron rígidos durante unos minutos hasta ser arrojados fuera nuevamente. El oficial inglés no podía saber, que probablemente ninguno de esos soldados había visto jamás algo semejante y que tampoco sabían nada de los horribles crímenes sucedidos en los campos de concentración nazi, porque el mantenimiento del secreto por los responsables había sido tan perfecto como la realización de los mismos crímenes.
Pasarían aún muchos años hasta que los alemanes se dieran cuenta de lo que había ocurrido en su propio país y los vencedores aprendiesen a diferenciar entre los verdaderos culpables y los inocentes.
Fue un camino muy largo que comenzó con el plan Marshall de los vencedores para finalizar con la Ley Fundamental de los alemanes. Pasarían cincuenta años también hasta que las iglesias cristianas se reconocieran culpables de no haber intervenido en la matanza de los judíos.
El coche llego año y salvo al hospital cargado con su valioso cargamento de alimentos. En este tiempo, en que la máxima era sobrevivir, y en Alemania la gente cambiaba la plata de la abuela por un jamón, o un par de zapatos por un trozo de pan, Friedrich obtuvo su licenciatura del ejército. Algunos de los soldados aún conservaban sus «equipajes» anudados en un pañuelo, en el interior de un viejo bolsillo o de una maleta de cartón atada con un cordel. Todo se tenía que mostrar a los soldados ingleses y también debían vaciar ante ellos los bolsillos de sus uniformes.
Friedrich solo poseía un ejemplar del Fausto que alguien le había proporcionado cuando perdió el suyo, aunque ya se lo sabía casi todo de memoria. El soldado inglés que le vigilaba hablaba alemán, al ver el libro lo cogió y dijo: «Literatura nazi» y lo tiró por encima de su hombro sobre otro montón de libros requisados. Pero Friedrich recibió su licenciatura y con ella en la mano pudo empezar su nueva vida.
Aprendió a escribir con la mano izquierda y se dirigía a Hamburgo para inscribirse en la Universidad, sentado encima de la carga de un tren que transportaba carbón. Por primera vez veía una ciudad destruida. Durante la guerra, por la radio, incluso ya en plena retirada y después de emitir el toque de la victoria, sólo podían escucharse noticias favorables sobre los ejércitos alemanes. Si las bombas de los aviones enemigos atacaban a las ciudades, nunca se informaba sobre las destrucciones pero si se informaba, del número de aviones enemigos derribados. El Führer siempre se había negado a visitar algunas de estas ciudades y sus víctimas, porque se resistía a admitir la realidad de la derrota. Así al ocultar la verdad, todo se convertía en mentira.
Después de la guerra las mujeres empezaron pronto a buscar en los escombros, materiales reutilizables para volver a construir. Lo importante no era que un Pueblo fuese abatido por un gobierno criminal sino que este Pueblo volviese a levantarse. Para Friedrich esto significaba también estudiar para convertirse en médico.
Pero Friedrich ya no era el mismo. Algo en su interior se había roto. Le parecía imposible que tres años antes hubiera podido sentarse en el banco de su escuela o que solo medio atrás fuese todavía un alegre estudiante en Suabia. Todo aquello parecía ahora irreal en su memoria. Aquel chico amable y simpático, con la suerte de cara, se había convertido en un hombre introvertido, y ya no reía. Todavía soñaba, pero sus sueños desaparecían en el vacío.
Fredrich se lo había contado todo a las olas pero las olas parecían indiferentes.
No, las vivencias de la infancia y la juventud no habían sido la causa de su fracaso, de su inquietud y de su desesperación. Al contrario, ellas le habían traído ya en su edad adulta momentos muy felices: El trabajo en el Instituto de Medicina Tropical que le ponía en contacto con exóticos países y hombres extraños… los diez años pasados en el extranjero… su propio observatorio astronómico… el velero y sus viajes en aguas lejanas y la música. Había logrado incluso poder tocar de nuevo el violoncelo.
La gran satisfacción que sintió cuando en su despacho y bajo su responsabilidad pudo al fin tratar a sus propios pacientes…. Cuando uno de ellos confiaba en él o cuando él mismo podía confiar en uno de ellos, cuando una chispa de entendimiento saltaba del uno al otro y ambos podían trabajar juntos en la curación. Pero, ¿porque no podía compartir con nadie lo que más se ocultaba en el fondo de su propio corazon?
Seria demasiado sencillo decir que su carrera de médico le había impedido disponer de tiempo suficiente para dedicar a los suyos….También hubiera sido demasiado simple decir que los acontecimientos del 68 destruyeron a su familia como a tantas otras familias. Quizás el mismo hubiera tenido que saber encontrar el tiempo necesario para compartirlo con sus hijos. ¿Había sido su propio comportamiento la causa de haber sido abandonado por segunda vez y que la soledad le amenazase ahora en la vejez.?
Sin embargo siempre fue un buscador. Cuando era estudiante leía la Biblia, el Coran a Buda y a todos los filósofos. Pero todo se había quedado en «palabras». Conocía todas las formas de oración, todas las formas de meditación pero todos se habían quedado en «ejercicios rituales».
Pero también tenía encuentros con hombres que irradiaban gran energía. Por ejemplo un benedictino de Passau o la fundadora de una orden evangélica en la Provenza. Ellos le daban la certeza de que si se podía encontrar lo que estaba buscando.
Se había sentado aquí durante muchas semanas «reflexionando» sobre su vida y en el silencio de la meditación solo había «intuido» la verdad. De repente, el entendimiento se abrió en él como una chispa de luz y lo comprendió todo. La solución debía de estar oculta profundamente debajo de su consciencia. Volvió a la casa, ahora necesitaba el silencio, no la inquietud del mar.
Sabía que sin haber llegado al conocimiento de uno mismo el momento de la muerte seria terrible Ahora sabia también que se había estado engañando, quizás por miedo a lo desconocido o quizás por miedo a la verdad. La ilusión había terminado.
Tomó asiento en la silla que utilizaba para la meditación y su mirada se dirigió al jardín, controló su respiración, su alma parecía estar aguardándole.
A su mente acudieron unos cuantos pensamientos superfluos: Tenía que revisar el gas de la calefacción… pronto sería el cumpleaños de un amigo, debía escribirle una carta a tiempo,…ya no limpiaría las hojas que habían caído en la entrada… Estos pensamientos desaparecieron pronto. El silencio fue absoluto. Todo estaba quieto. Los mismos árboles parecían inmóviles. La imagen se difuminó. Ahora todo era gris, desvaído, niebla… niebla… sombras oscura…cadenas de tanques…voces…extrañas… voces. Miedo…Tú eres un oficial… ametralladoras…el sol…jóvenes soldados…tan jóvenes como tú…oficiales como tú padre…miedo…el dedo en el gatillo…tú eres un oficial… apunta !!! Has disparado !!! Tú has disparado a sangre fría a estos hombres…tú no eres mejor que cualquier otro criminal. Tú te has engañando durante toda la vida!.
Friedrich intentaba desesperadamente controlar la respiración, abrió bruscamente los ojos, su interior estaba en llamas, los dolores eran insoportables. El corazón le estallaba Cayó al suelo, se arrastró hacia el sofá, puso los brazos alrededor del asiento y su cabeza se desplomó sobre él. Era incapaz de moverse bajo una presión que no quería ceder. Aquel estado no duró mucho tiempo. Cuando pudo levantarse de nuevo experimentó una claridad de pensamientos como nunca había sentido y esto era lo más terrible de todo, no podía evitar estos pensamientos. No servía ninguna disculpa:… Era la guerra, tú eras un soldado… o… la descarga de la ametralladora pasó por encima de los soldados rusos sin rozarles… La sentencia que había dictado contra sí mismo era definitiva e inapelable.
La rutina de los péquenos trabajos en la casa le alivió. La primera decisión que pudo tomar fue que su fin era inevitable, pero no debía perjudicar a nadie, la casa pertenecía a un amigo y todo tenía que quedar en orden. Debía escribir antes algunas cartas y dejarlo todo dispuesto. Probablemente necesitaría dos días para ello. Exhausto, se dejó caer encima de la cama con la ropa puesta. Su cuerpo que tantas veces le había ayudado lo hizo una vez más y se entrego rápidamente al sueño.
Cuando se despertó a la mañana siguiente su espíritu estaba lúcido y también tranquilo Sus conocimientos científicos le inducían a pensar que un experimento como el vivido tenía que repetirse. Así que lo primero que hizo fue sentarse en su silla de meditación con la cara vuelta hacia la puerta del jardín.
Todo se repitió como el día anterior y el horror también fué el mismo. En el momento en que pensaba que no podría soportarlo más, hubo una continuación. Friedrich estaba en la escalera del Ayuntamiento y presenció su propia inconsciencia. Después volvió a ver al capitán médico, no pudo entender lo que le decía pero si veía su sonrisa.
Pasaron horas hasta que Friedrich se recuperó de aquella tortura. Decidió que no volvería a soportar más un día como aquel. Se dispuso a realizar lo que se había propuesto. Tenía que ser hoy.
Por la tarde revisó su maletín de médico y encontró suficientes ampollas y una
jeringa adecuada, después la llenó y la puso sobre la mesa. La puerta de la cocina era de cristal y daba al jardín. Friedrich oía la resaca…. ¿Como podía olvidar al mar en su despedida?.. Respirar el aire del mar por ultima vez … se lo debía…
Bajó por la pasarela de madera hacia el agua. !Cuantas veces se había sentado aquí! Pero las viejas imágenes ya no volvieron a aparecer. El viento había aumentado un poco y levantaba el agua en forma de velas blancas. De repente en una nube de espuma vio la cara sonriente del capitán médico. Friedrich se giró bruscamente y volvió a la casa, no quería que nada le distrajese en su determinación. Había de cumplir lo decidido.
Pero no podía. ¿Habría todavía una continuación de todo aquello? ¿Debía renunciar a saberlo? Casi mecánicamente se sentó otra vez en la silla de meditación. En pocos segundos volvía a estar en el hospital de la escuela en medio del campo. Vio el gran vestíbulo vacío, Friedrich estaba medio muerto, había perdido mucha sangre y tenía sed. El brazo paralizado colgaba inerte, tenía fuertes dolores y por un momento sintió miedo.
Enseguida vino la anciana enfermera. Vio también la vía del ferrocarril y el tren, pero no pensaba en si mismo, sólo en el destino que a ella le aguardaba cuando llegasen los rusos. Quizás desde la evacuación de la casa nadie había pensado en ella. Por primera vez se había sentido responsable de alguien. Ahora se sentía feliz por ello.
¿Fue en aquel mismo instante cuando se convirtió en adulto? ¿Sería posible que en su interior no solo existiese lo malo, sino también lo bueno? Se levantó de pronto y corrió fuera de la casa, más allá del jardín hasta encontrar las dunas. Ya no necesitaba meditar, sabia lo que iba a ocurrir a continuación. Al despertar en el tren hospital tendría sed y sus dolores serían insoportables, vería a la enfermera de pelo negro y ojos amarillentos. Nunca la había visto antes, y leería también el agradecimiento en su cara al hablarle de su enfermedad. ¿Quizás en aquel momento fue cuando se convirtió en medico?
Había pensado mucho en ello. ¿Como era posible que él, un simple estudiante en el tercer semestre de medicina, pudiese diagnosticar una hepatitis y hasta dar un consejo adecuado? ¿Quizás había oído los síntomas de la enfermedad a su padre o quizás había sido médico en una vida anterior y en el umbral de la muerte podía revivir estas experiencias?
La alegría reinaba en su espíritu y le daba fuerza. Era consciente de que tenía que unir la base de todo aquello. Ya no era solo un tema de meditación sino una pura razón filosófica. Si lo malo y lo bueno convivían en su interior, ambos eran también los dos extremos de la polaridad divina y diabólica que existía en todos los seres humanos y entonces, También Dios se encontraba en la maldad y en la bondad. Todo hombre o mujer podía ser ángel o demonio.
El joven soldado servio a quien el nacionalismo y el odio convertían en un ser condicionado para matar, y disparaba la ametralladora bajo cuyas balas morían cientos de hombres en Sarajevo, podía ser culpable y también víctima al mismo tiempo. La culpa pues, era una cuestión de responsabilidad. ¿Habría una absolución para él?
Friedrich también había sido influido por una ideología durante su juventud. Los libros que leyó sobre la primera guerra mundial… su ingreso en las juventudes hitlerianas… el mismo ejército… le habían condicionado para matar y asi sucedió. Su corazón lo había sabido siempre y por ello no podía amarse a si mismo y quien no puede amarse a si mismo no puede tampoco amar a nadie.
Todo lo que los grandes sabios habían expresado en sus ideas, para Friederich se había quedado en meras palabras, porque nunca tuvo el valor de aceptar la existencia de lo malo en su interior
Ahora al revivirlo había comprendido la verdad, y había llegado al fin de su búsqueda. ! Que maravilloso debía de ser vivir y amar así!… pero se sentía demasiado viejo y demasiado enfermo para seguir viviendo. Sin embargo ahora podía morir en paz. Este pensamiento le hizo feliz y la tensión de toda una vida desapareció.
Su cuerpo le salvó otra vez. Extremadamente fatigado, su cabeza se desplomó sobre la mesa de la cocina y se durmió profundamente. Ya no escucharía los cohetes que se disparaban en el pueblo para celebrar el año nuevo. Le despertó por la mañana el mismo sol, que iluminaba a la flor de la camelia, abierta durante la noche.
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