La Casa de Nadie

Hacía casi un cuarto de hora que esperaba en el andén y el corazón amenazaba saltarme dentro del pecho, hasta me dolían sus latidos.
Estaba allí, quieta como una estatua y no sabía lo que estaba esperando. La gente pasaba por mi lado en todas direcciones y todos parecían saber a donde iban menos yo, que no podía pensar y mucho menos decidir. Ni siquiera sabía dónde me encontraba, me había apeado en aquella estación porque me gustó su nombre. No sé cuanto tiempo hubiera pasado así, si un hombre no me hubiera preguntado si necesitaba ayuda para cargar el equipaje. Mientras recogía mis maletas, le pregunté si conocía alguna
pensión tranquila donde alojarme, me dio una dirección y la grabé en mi memoria. Un viejo taxi, ruidoso y destartalado, me llevó hasta la puerta de mi nuevo hogar y una vez dentro de las cuatro paredes de mi habitación en pocas horas hice de ella un mundo a mi medida.

Tenía una amplia ventana con vistas al campo y no reparé en las paredes agrietadas, ni en la puerta falta de pintura. Me sentí a gusto por primera vez desde que emprendí el viaje. Había encontrado un refugio donde estar a salvo de mis recuerdos, aunque sabia que éstos atravesarían las paredes, entrarían por las ventanas, caminarían a mi lado durante el día y dormirían en mi cama por las noches, hasta que yo lo decidiese, porque los recuerdos no conocen distancias, ni huidas, ni refugios, viven dentro de uno mismo y se llevan vaya donde se vaya hasta que uno se cansa de su compañía y los echa para siempre.
Me quité los zapatos y me estiré en la cama.- ¿qué iba a hacer ahora?.-
pensé.- Nada.- me contesté.
Aquella palabra, me parecía tener un sonido delicioso, lleno de una extraña armonía. Durante años me había ahogado la sensación de tener que hacer algo, simplemente por el miedo a estar a solas con mis pensamientos. Ahora ya no tenía miedo de dialogar conmigo misma. Sonreí al techo de la habitación como si estuviese vivo y me escuchase, al fin había tirando por la borda toda una serie de obligaciones morales y sociales. Nunca me había sentido más feliz. Además tenia el presentimiento de que este descubrimiento iba a depararme muchas sorpresas, solo tenía
que estar atenta para descubrirlas .

Un rayo de sol atravesó tímidamente los cristales de la ventana y me hizo cosquillas en los ojos. Se estaba bien allí. Así pues me abandoné a sus caricias y volví a dormirme.
Los días en aquel pueblo sin nombre transcurrían tranquilos y yo era
consciente de cada segundo que pasaba, recreándome como si fuera el
primero y último de mi vida. No hablaba con nadie porque a nadie conocía
y tampoco deseaba hacerlo. Estaba descubriendo que la vida que a mí me
gustaba vivir era simplemente dar un paseo por el campo, adormecerme al
sol y sentir la caricia del viento en la cara, podía parecer todo aquello
insignificante, pero no lo era porque me hacia feliz.
Fue en uno de aquellos paseos cuando empezó todo. Aquel día había ido
más lejos que de costumbre y me había adentrado en el pueblo, como si mis
pasos me dirigieran y no yo a ellos. De improviso vi la silueta de la anciana
sentada en uno de los bancos de la plaza. Parecía una estatua viviente
integrada en que aquel lugar desde el principio de los tiempos. Me quedé
quieta mirándola desde la esquina de la calle y, sin saber porqué sentí
deseos de sentarme a su lado, entonces fue cuando ella me miró a los ojos y
apoyando su brazo sobre el mío me habló con familiaridad, como si ya me
conociese.

  • Por fin has vuelto, Elvira…
    No supe que contestarle, mi primera reacción fue aclararle que se
    confundía, que yo no me llamaba Elvira y que nunca la había visto antes,
    pero ella siguió hablándome con la misma confianza y yo seguí
    escuchándola.
  • Pensé que nunca más volverías después de todo lo que ocurrió. !Me
    alegro tanto de que estés de vuelta! Todos lo demás han muerto y yo me
    siento muy sola.¿Has ido ya a la casa? Allí todo sigue igual, aunque más
    viejo, pero tu sigues siendo la misma después de tantos años.
    Sentí interés por aquella historia desconocida, quería preguntarle dónde
    estaba aquella casa, pero comprendí que mi pregunta me descubriría.
  • Quédate conmigo un rato y hazme compañía- continuó. Tienes muchas
    cosas que contarme, nunca me escribiste y me dolió en el alma tu falta de
    confianza, yo no te condené por lo que hiciste… yo era la única que te
    conocía bien.
    La cara de la anciana me fascinaba, aquel ser tenía el aspecto de haber
    llegado a la profundidad de todos los abismos y parecía resurgir de sus
    propias cenizas con una luz casi infantil en contraste con los surcos de las
    arrugas trabajadas en su piel por el tiempo. Pero aunque la historia me
    intrigaba comprendí que debía marcharme, no podía seguir el diálogo y
    tampoco quería desilusionarla. Me despedí con amabilidad, evitando más
    preguntas y prometiéndole que volvería pronto. La dejé sentada en el
    banco en una hora y en un lugar fuera de todo tiempo.
    Cuando me dormí aquella noche me sentía extremadamente excitada, por la
    mañana intentaría averiguar quien había sido aquélla mujer que me
    intrigaba, quizás alguien pudiera decírmelo, deseaba conocer algo más
    sobre ella. Había ido a aquel lugar perdido entre montañas para olvidar mi
    pasado y lo mejor que podía haberme ocurrido era comenzar de nuevo en la
    piel de una persona diferente como si mi vida anterior nunca hubiera
    existido. Y a partir de aquel instante comencé a olvidarme de mi misma y a
    sentirme un poco aquella Elvira que tanto se me parecía.
    Me levanté temprano dispuesta a iniciar la aventura. Desayuné en el
    comedor de la pensión, donde nunca había intercambiado ni una palabra
    con nadie pero aquel día pregunté al dueño por las casas más alejadas del
    pueblo.
  • Hay varias construidas en las afueras.- me contestó – y todas están
    habitadas. Pero si busca una casa muy antigua donde nadie vive desde
    hace tiempo, probablemente se refiere a la casa del Valle. Es un caserón en
    ruinas, donde tuvo lugar una historia oscura que pocos conocen o no
    quieren explicarla. Cuando la miras causa una impresión extraña, parece
    arrancada de un cuento de terror. En realidad nadie suele visitarla y desde
    luego nadie me ha preguntado nunca por ella. Yo no pasearía por allí.
    El hombre cambió de actitud y dejó de ser comunicativo probablemente mi
    curiosidad empezó a parecerle extraña.- Gracias por la información – Dije
    levantándome y salí a la calle.
    A medida que mis pasos se encaminaban hacia el valle, deseaba más y más
    ver aquella casa, como si pudiese encontrar en ella algo que había estado
    buscando desde hacía mucho tiempo. El camino me pareció largo, tal era
    mi impaciencia por llegar.
    De repente la vi a lo lejos, no podía ser otra, fue como el reconocimiento de
    algo familiar y sin embargo tenía la certeza de que nunca la había visto
    antes. Más que acercarme yo a ella, parecía que la casa se acercaba a mí.
    Era un caserón ruinoso y grande pero su antiguo esplendor se advertía aun
    en sus puertas y ventanas ornamentadas, en sus porches señoriales y en sus
    terrazas que miraban al cielo. Estaba rodeada de un amplio jardín, donde la
    naturaleza había instalado su propio reino. Miré a mí alrededor. El silencio
    era casi absoluto. Sólo el aire hacía crujir las hojas de los árboles al
    balancearlas de un lado al otro, parecía como si el bosque hubiera
    enmudecido de pronto. No sabía lo que podía haber allí dentro pero estaba
    segura que había estado esperando toda la vida aquel encuentro.
    Entré. Mis pies se deslizaron en su interior oscuro, no había nadie, a lo
    menos no se veía a nadie. Recorrí las habitaciones una a una, adentrándome
    cada vez más en la casa, pero no toqué nada, no podía evitar la sensación
    de sentir una presencia agazapada en cada rincón, algo vivo dentro de
    aquellas paredes muertas, algo que se aferraba con fuerza tras las cortinas
    hechas trizas y los trastos viejos, como si muchos otros ojos me observaran,
    entonces tuve miedo, pero no podía irme, la casa me atraía demasiado.
    Llegó un momento en que perdí la noción del mundo exterior y me sentí
    parte de cada piedra, de cada jirón de tela, de cada vidrio roto, del polvo, de
    los pedazos de papeles amarillentos que se amontonaban por todas partes y
    hasta de las ratas que huían al verme. El presente y el pasado se habían
    fundido en un largo abrazo que abarcaba el futuro. Cuando salí de la casa,
    me encontré en paz.
    A partir de aquel día ir a la casa llegó a convertirse para mí en algo familiar
    como si se hubiera establecido un diálogo profundo entre los espíritus que
    habían vivido allí y yo. Un diálogo sin palabras. La extraña sensación de
    estar fuera del tiempo persistía cada vez que cruzaba el umbral de la puerta
    como si de un recinto sagrado se tratase y yo intentaba imaginar como
    había sido todo aquello cuando estaba habitada por aquella mujer que tanto
    se parecía a mí.
    Sin embargo aquel día sucedió algo inesperado, una suave luz iluminó los
    que un día fueron amplios salones decorados con muebles de maderas
    nobles y suelos alfombrados. Pude ver que en las ventanas colgaban ahora
    cortinajes de seda y las mesas cubiertas de tapetes de encaje sostenían
    jarrones con flores. Estaba sufriendo una alucinación, pensé, no podía ser
    de otro modo, mi mente estaba jugando conmigo. Aterrorizada intenté huir
    pero mis piernas no me obedecieron, estaba clavada en el suelo sin poder
    mover ni un solo músculo obligada a presenciar algo que quizás no debería
    ver. En el fondo del pasillo, al otro lado de la casa, se oía algo parecido a
    una conversación. Me debatí entre la sensación del miedo que me
    impulsaba a correr hacia la puerta y la curiosidad. Venció esta última y me
    dirigí despacio hacia el lugar de donde provenían las voces. Llegué hasta el
    umbral de una puerta cerrada, estaba lo bastante cerca para distinguir el
    timbre de la voz de un hombre y una mujer, aunque no para entender el
    diálogo. Mi mano se apoyó en el pomo sin atreverme a abrirla, temía que al
    hacerlo todo desaparecería pero las voces se escuchaban aun más cerca y
    comprendí que estaban a punto de salir de la habitación. Aquellos seres no
    deberían estar allí. El solo pensamiento de encontrármelos frente a frente
    me hizo reaccionar y el valor que me había impulsado a llegar hasta allí
    desapareció. Eché a correr desesperadamente en dirección contraria y seguí
    corriendo sin parar a través del jardín, solo cuando estuve a bastante
    distancia de la casa me detuve sin aliento y me giré para mirarla, volvía a
    ser el viejo caserón amenazando ruina. Incapaz de pensar me sentí enferma
    y mi mente se resistió a buscar explicaciones.
    Emprendí el camino de regreso muy despacio, sentía un gran peso sobre
    mis espaldas como si el universo entero se hubiera colgado de mis hombros
    y tuviera que arrastrarlo conmigo. Cuando entré en mi habitación, me estiré
    sobre la cama exhausta y sólo entonces pude comenzar a analizar lo que
    había visto. Llegué a la conclusión de que fuese lo que fuese lo ocurrido
    yo no debía volver allí porque me sentía incapaz de enfrentarme a ello. Y
    sin embargo ya no pude dejar de pensar en la casa. Era algo así como si
    ésta me estuviese llamando continuamente a través de la distancia.
    Una noche tuve un sueño extraño, la casa se me representó claramente con
    todos sus detalles como la última vez, llena de luz y de vida y yo caminaba
    por su interior sin ningún miedo. Había gente en su interior y yo no
    solamente podía escuchar sus voces sino que también podía verles, pero
    pronto me di cuenta de que ellos no podían verme a mí. Parecía una familia
    de clase acomodada de principios de siglo, ya que llevaban trajes antiguos
    como lo que es exhiben en los museos. Una criada joven, cuyo rostro me
    recordaba mucho a la anciana con la que había hablado en el pueblo, servía
    la mesa. Unos niños jugaban y reían alrededor de una mujer muy hermosa
    que arreglaba las flores de un jarrón. Toda la escena parecía real pero yo
    sabia con certeza que estaba soñando y tenía miedo de despertarme en
    cualquier momento. Aquella mujer llamó especialmente mi atención y me
    acerqué para verla mejor. Me situé tan próxima a ella que podía tocarla con
    la mano. Mi corazón dio un vuelco… era como mirarme en un espejo. Yo
    no tenía su cara, ni su cuerpo, ni su edad, ni vivía en su tiempo, pero me
    reconocí en ella. La mujer me miró también pero comprendí que no podía
    verme porque yo no estaba en su realidad sino en mis sueños.
    Y aquel mismo sueño se repitió muchas veces Yo deseaba intensamente que
    llegase la noche para visitar la casa porque aquello satisfacía mis deseos de
    volver a ella, como si mi inconsciente hubiera hallado una solución a mi
    angustia. Poco a poco, me introduje en la vida de aquella familia como si
    yo también formase parte de la misma. Nada revelaba en apariencia, el
    terrible episodio que, según todos, sucedió allí.
    La hermosa mujer era madre de tres niños y me conmovía ver como los
    cuidaba, acariciaba y jugaba con ellos. El marido era un hombre gris de
    mediana edad que aparecía raras veces en escena. Elvira, pues ya no tenía
    duda que de ella se trataba; acostumbraba a dar largos paseos por el bosque.
    Yo la veía salir con un pequeño sombrero, bajo cuya ancha ala asomaban
    algunos rizos de su pelo castaño y un grueso chal enrollado sobre los
    hombros. Cuando volvía parecía aun más joven, más hermosa y más feliz.
    Hubiera dado cualquier cosa por saber a donde iba.
    Decidí informarme sobre lo ocurrido en aquella casa. Debía descubrir por
    qué cada noche me trasladaba a ella a través del tiempo y por qué mirar a
    aquella mujer de apariencia tan distinta a la mía era como mirarme en un
    espejo.
    El dueño de la pensión, que me observaba cada vez con más recelo, me
    indicó donde estaba el archivo de Documentos Antiguos de la localidad y
    pensé dirigirme allí, sería más practico que el ir al pueblo preguntando a la
    gente, ya que parecía que muchos ignoraban la historia y los que la sabían
    preferían olvidarla. Me pasé varios días en medio de libros viejos y llenos
    de polvo sin conseguir averiguar nada, pero mis sueños seguían
    sucediéndose y estaba segura de que querían indicarme algo que yo debía
    encontrar.
    Un día descubrí los papeles que estaba buscando. Pertenecían al año 1898, fecha en que se había construido la casa. Había sido encargada por un tal José de Ambrós, capitán de navío, personalidad importante por sus hazañas
    en la guerra de Cuba y conociendo su nombre, me dirigí inmediatamente a
    la Biblioteca donde no me costó encontrar referencias a aquel personaje:
    Nació en aquel mismo pueblo donde vivió hasta su adolescencia; su padre
    había sido un terrateniente muy rico, lo que le permitió educarse en la
    ciudad y estudiar la carrera de marino muy alejada a sus orígenes
    familiares, pues todos se habían dedicado al cultivo y explotación de las
    tierras. Pero parece ser que el joven José tenía inquietudes, ansias de
    conocer mundo y viajar, a parte de ser inteligente y ambicioso. Cuando
    estalló la guerra se enroló en la marina y fue protagonista de varios actos
    heroicos en sucesivas batallas que le dieron renombre y le reconciliaron
    con la familia, que nunca acabó de perdonarle que abandonara la tradición
    del campo. Ya en su madurez, tras haber vivido varios años en ultramar
    viajando constantemente, sintió añoranza de sus orígenes y regresó a su
    país trayendo consigo a una mujer de aquellas tierras con la que se había
    casado y poco después hizo construir la casa del pueblo parar trasladarse
    allí a vivir con ella y sus hijos. Toda la familia murió más tarde en un
    terrible incendio en un país extranjero donde parece ser que se habían
    trasladado para pasar un corto período de vacaciones. La casa estaba
    cerrada desde entonces y por asuntos de herencia no había podido
    venderse. No había más datos, pero yo tenía la intuición que la historia no
    se limitaba a lo que contaban los papeles oficiales.
    Al fin en el mundo de mis sueños, se me permitió acompañar a Elvira en
    uno de sus paseos y caminando a su lado como una sombra invisible fui
    testigo de sus citas clandestinas. Alguien la aguardaba oculto entre los
    árboles del jardín.
    Le vi de espaldas. Era alto, delgado y tenía la complexión de un hombre
    joven; los cabellos casi rozaban sus hombros. Ella le llamó desde lejos
    acelerando el paso, entonces él se giró lentamente y cuando estaba a punto
    de ver su rostro me desperté. -¿Por qué?¿Por qué no he podido verle,
    cuando ya estaba tan cerca de él?- grité. Y a partir de aquel momento, los
    sentimientos de Elvira y los míos fueron los mismos. Esperaba las noches
    con la impaciencia y el deseo de una mujer enamorada y ya no era sólo ella
    quien tenía una cita secreta, yo también la tenía. Pero existía una diferencia
    entre las dos: Elvira conocía al hombre que la aguardaba y yo no. Durante
    muchas noches, viví una intensa pasión con alguien a quien no podía ver el
    rostro y aunque era Elvira quien se entregaba en sus brazos yo también los
    sentía entre los míos.
    Una noche me desperté sin el menor recuerdo de haber soñado. Me encerré
    en mi habitación desesperada. Deseaba tanto dormir que no podía conciliar
    el sueño. Aquello se repitió varias veces. Cansada y exhausta dormitaba por
    las tardes y era tal mi estado de ánimo que temí caer enferma. Comprendí
    entonces que haber dejado de soñar con la casa significaba que debía
    volver allí otra vez.
    Tomé una decisión me levanté y me vestí apresuradamente, debía recuperar
    el tiempo perdido. Fui hasta la casa. No había rastro de vida en aquel lugar.
    Busqué a Esteban por todas partes, deseaba verle, necesitaba encontrarle.
    Pensé que estaba siendo víctima de una pesadilla, mi mente estaba tan
    enferma que comenzaba a confundir el sueño con la realidad y me asaltó un
    pensamiento: yo solo podía verle a él en mis sueños, pero quizás él si podía
    verme a mí estando despierta, de ahí venía probablemente la sensación de
    sentirme observada.
    Entré en lo que había sido la habitación de Elvira y la recordé como la
    había soñado: La pared tapizada de color violeta… flores en el pequeño
    tocador al lado de los peines y los espejos… los retratos de sus seres
    queridos encima de la cómoda… sus ropas cuidadosamente dobladas en el
    armario… el libro semiabierto que solía leer antes de dormir… Me senté
    encima del único superviviente de todo aquello, un viejo baúl donde la
    había visto guardar sábanas que olían a espliego y me sentí desalentada. A
    mi alrededor restos de mosaico, pedazos de madera carcomida y jirones de
    ropas apiladas en el suelo mezcladas entre sí. Los numerosos vándalos que
    habían entrado antes que yo en la casa lo habían destrozado todo y el
    tiempo había hecho el resto.
    Fijé los ojos en lo que quedaba de un pequeño escritorio donde Elvira solía
    escribir. Me levanté y lo abrí, todavía quedaban restos de papel escrito
    quizás por ella, pero era muy difícil leerlos porque estaban hechos pedazos
    por las ratas. Un pequeño saliente del mueble me intrigó, parecía un
    escondrijo secreto. Forcejeé para ver si cedía y tras un largo intento se
    abrió, entonces vi las cartas atadas con un hilo de seda y prácticamente
    intactas. Las cogí, sentí como si quemasen mi mano, debía de hacer años
    que estaban allí, escondidas y las apreté contra mi pecho como si de un
    tesoro se tratase, sabía que habían estado allí esperándome y sólo Elvira y
    yo podíamos leerlas porque ambas éramos una sola alma que había
    cambiado de rostro a través del tiempo. Una fotografía cayó al suelo, la
    recogí y vi la cara de un hombre joven mirándome sobre el papel. Yo no
    había visto nunca aquel rostro pero sentí que le conocía desde hacía mucho
    tiempo. Todo desapareció a mi alrededor excepto aquellos ojos. Caminé
    hacia la salida con los brazos cruzados fuertemente sobre el cuerpo. Me
    había enamorado de un hombre que me había precedido en el tiempo y me
    estremecí al darme cuenta de que él estaba utilizando mis propios brazos
    para abrazarme. Esteban también me amaba. Ahora su pasado y mi presente
    se encontrarían en las líneas de aquellas cartas y el tiempo y las distancias
    dejarían de existir.
    Después de haber leído todas las cartas comprendí que Elvira y Esteban
    habían dejado de escribirse para comenzar a vivir su propia historia de
    amor, una historia inacabada, porque él seguía buscándola entre las ruinas
    de la casa y Elvira le esperaba en algún lugar que yo intuía en mi.
  • Desvarías- me dije a mi misma. Esteban ha muerto y tú no puedes ser
    Elvira. Te has dejado impresionar por una historia del pasado hasta el
    punto de confundir la ficción de un sueño con la realidad. – Pero – me
    repliqué en voz alta: ¿Y si en realidad lo verdadero fuese aquel extraño
    mundo en el que me estaba adentrando y lo irreal es lo que había sido mi
    vida hasta ahora.?
    Había tantas preguntas sin respuesta que quizá lo único que podía hacer
    era abrir mi mente y mi corazón sin reservas a todo aquello que estaba
    viviendo. Ya no podía volverme atrás en aquella fantástica excursión a lo
    desconocido. Contestaría a sus cartas una a una como si realmente él
    pudiese leerlas y esperaría una llamada, una señal para volver a la casa.
    cuando esto sucediera, Esteban estaría allí esperándome. Y sin vacilar cogí
    papel y una pluma y comencé a escribir..
    Querido Esteban: He vuelto. Han pasado muchos años y muchas cosas,
    tanta que las he olvidado todas, sólo me acuerdo de ti, pero no sé donde
    encontrarte. Sé que no contestarás a mi carta, ni tampoco se donde
    enviártela, pero estoy segura de que encontrarás un medio para
    comunicarte conmigo. Lo sé. Te amo
    A partir de entonces cada noche le explicaba a Esteban sobre el papel lo
    que nunca me había atrevido a contar a nadie. Guardaba mis cartas
    celosamente, como Elvira había hecho con las suyas casi 100 años atrás, y
    seguía esperando, pacientemente, con la paz interior que da la fe en algo.
    A veces bajaba al pueblo. Deseaba volver a ver a la anciana que había
    cambiado mi vida con sus palabras. Sabía que ella podría explicarme
    muchas cosas que yo debería saber. Y un día la encontré tal y como la había
    dejado, sentada en el mismo lugar, como si hubiera estado esperándome allí
    desde nuestro primer encuentro. No me sorprendí al verla y ella tampoco.
    Me senté a su lado y esta vez fui yo la que comencé a hablar
  • Estuve en la casa pero no había nadie allí- le dije sin preámbulos –
    ¿Quién era Esteban? Necesito saberlo. He perdido la memoria y no
    recuerdo nada de lo que sucedió – La anciana no me contesto, sólo me
    preguntó a su vez:
    Elvira, ¿donde has estado durante todo este tiempo? ¿Conseguiste al fin ser
    feliz?-
    Por algún motivo el pasado no acababa de cerrarse en su mente, como si
    todos los involucrados en aquella historia estuvieran atrapados en ella. Me
    di cuenta de que esperaba aquella contestación desde hacia muchos años
    pero yo no tenía respuestas, sólo preguntas ¿por qué la anciana veía a
    Elvira a través de mí? Una voz desconocida me devolvió a la realidad.
  • Ya es la hora de volver, abuela19
    La mujer recién llegada cogió familiarmente a la anciana del brazo y la
    ayudó a incorporarse. La miré con sorpresa y ella me sonrió. Me dirigí a
    ella
  • Por favor me gustaría hacerte algunas preguntas ¿Podría decirme quien es
    esa señora? Me confunde con alguien que conoció hace tiempo y me
    gustaría saber por qué
  • La anciana nos miraba pero ya no parecía vernos.
  • ¡Oh, la pobre tiene ya muchos años y su mente esta confusa!- Contestó la
    cuidadora – A veces imagina que aún es joven y revive todos los episodios
    de aquella época, como si el tiempo no hubiese transcurrido.
  • Me ha hablado de una familia de este pueblo donde estuvo sirviendo y
    cree que soy su antigua ama. – Quizás se parezca a ella y por eso la
    confunde… no sé, es muy difícil adivinar lo que hay dentro de sus
    pensamientos.
    La mujer parecía propicia a hablar. Seguí preguntando – ¿Sabe usted algo
    sobre la leyenda de la casa abandonada en el valle?.
  • ¡La vieja historia! – contestó la recién llegada suspirando – Yo no soy de
    aquí, pero me han contado que la mujer que allí vivía, abandonó a su
    marido y a sus tres hijos y huyó con un amante. El barco en que viajaban
    ambos se hundió y ella se ahogó en el naufragio, el resto de la familia
    murió también de un modo muy extraño, lejos de aquí. Parece ser que
    después de la tragedia, su amante, se volvió loco y regresó viviendo en la
    casa deshabitada durante años, esperando la vuelta de la mujer de la que se
    había enamorado. Un día desapareció sin dejar rastro y nunca más se supo
    de él – y añadió bajando la voz aunque no había nadie alrededor que
    pudiese oírla. – Se dice que fueron los mismos lugareños quienes le
    mataron haciendo desaparecer su cuerpo después.
    -¿Por qué querían matarle?- pregunté horrorizada
    La gente pensaba que era un demonio o algo parecido y traía la desgracia
    al pueblo, aunque todo está muy poco claro y no parece que nadie quiera
    explicarlo, ya sabe, esas historias populares que al cabo de los años se
    convierten en leyendas. Es muy difícil separar la fantasía de la realidad. –
    Se interrumpió – Ahora, perdone pero debo marcharme.
    Antes de abandonar la plaza con la anciana cogida del brazo, se giro y
    añadió
  • Se llama Aurora, vive en el asilo y no tiene familia, pero allí está bien
    atendida, de vez en cuando la traigo aquí para pasear y tomar un poco el
    sol. Se está muy tranquilo en esta plaza. Venga a verla de vez en cuando.
    Se lo agradecerá.
    Las vi alejarse poco a poco. La anciana ni siquiera se había despedido de
    mí, yo había dejado de existir para ella. Me quedé sola en la plaza
    pensando en todo aquello. Si los los recuerdos de Esteban habían quedado
    grabados en las paredes de la casa en ruinas y yo había sido capaz de
    reproducirlos, ahí estaría entonces la explicación de mis visiones y de mis
    sueños. Pero quedaban muchas otras preguntas a las que no podía
    responder. ¿por qué mi identificación con Elvira? ¿Por qué la anciana me
    confundía con ella? Mi razón y mis sentimientos se dividían cada vez más,
    pero la batalla estaba perdida desde hacía mucho tiempo.
    Una noche, vi reflejada en la superficie del espejo la cara de Elvira en lugar
    de la mía. Fue solo un instante pues enseguida se desvaneció. Me quedé
    aterrorizada. Ella estaba ocupando mi personalidad. Ya no era yo quien
    libremente la escogía para vivir una vida distinta, sino que ella me escogía
    a mí para acabar la suya y no podía explicárselo a nadie porque no
    solamente no me creerían sino que pensarían que estaba loca.
    Sin embargo poco a poco, me acostumbré a ver aparecer su imagen a
    menudo en el espejo. Ella jamás me hablaba, se limitaba a reproducir
    exactamente mis gestos y actitudes. De hecho no era otra persona, sino yo
    misma con una cara diferente. Desde el otro lado del espejo el concepto de
    tiempo y espacio no existían. Pensé que quizá algún día me atrevería
    cruzarlo como Alicia en país de las Maravillas y ese día sería cuando
    Esteban me enviase la señal que yo le había pedido en mi carta, aquella
    esperada señal era lo único que me mantenía encerrada entre las cuatro
    paredes de la habitación donde yo había ido a olvidar mi pasado, ahora ya
    solo bajaba al comedor de la pensión cuando tenía hambre pero intentaba
    pasar desapercibida y me sentaba en una pequeña mesa de un rincón. Si
    antes no deseaba ver a nadie, ahora tampoco deseaba que nadie me viese.
    Me hubiera gustado ser invisible para todos porque todos ellos eran
    invisibles para mí.
    Un día, aunque el comedor estaba lleno de gente alguien llamó mi atención.
    Estaba sentado de espaldas a mí, en una mesa cercana, erguido sobre sus
    hombros, los largos cabellos rozando sus hombros. Le reconocí enseguida,
    era Esteban, estaba segura. Me levanté sin reflexionar en lo que iba a hacer
    y me dirigí a su mesa, pero casi en el mismo instante y como si hubiera
    presentido mi presencia, él se levantó a su vez y abandonó el comedor.
    Todo fue tan rápido que no me dio tiempo a seguirle y cuando reaccioné me
    dirigí casi corriendo hacia la puerta de salida. La desesperación me invadió
    pero a la vez ¡tenía una esperanza! ¡Él estaba en el hotel! Sabia bien que
    Esteban estaba muerto hacía muchos años y lógicamente no podía estar allí,
    pero había vivido tanto tiempo a caballo entre la imaginación y lo real que
    los límites entre uno y otro se habían esfumado. ¿Acaso era lógico ver a
    Elvira cada noche mirándome frente al espejo? ¿Acaso fue lógica la
    reacción de la anciana confundiéndome con ella? ¿Tenía sentido mi visión
    de la casa tal y como había sido 100 años atrás? ¿Podía explicar por qué yo
    soñaba con ella cada noche? Lo asombroso es que aún pudiera asombrarme
    de algo. No sabía si aquella visión era la señal esperada pero sí sabía que si
    él no venia a mi encuentro yo iría al suyo, si él estaba allí yo iría a verle.
    Me acerqué al mostrador para preguntar en qué habitación se alojaba pero
    desistí, lo averiguaría por mí misma como había estado haciendo hasta
    ahora. Subí a mi habitación y me encerré dentro para forjar un plan. Por la
    mañana bajaría temprano al comedor y en cuanto le viese de nuevo me
    acercaría a su mesa y me sentaría a su lado, entonces le hablaría… le
    explicaría lo mucho que había deseado verle… le preguntaría mil cosas…
    le… ¿o quizá fuera mejor no decirle nada? Simplemente le miraría y
    esperaría a que me hablase él primero. La excitación me impedía pensar
    serenamente, ni siquiera coordinaba bien mis ideas. Dormí mal, me
    desperté muchas veces durante la noche. Pensaba que quizá Esteban estaba
    en la habitación de al lado y si escuchaba atentamente podría oír su
    respiración a través de la pared, contuve la mía, pero solo escuché silencio.
    Por la mañana monté guardia en el comedor desde que éste se abrió hasta
    que se cerró inútilmente. Él no apareció, ni tampoco al día siguiente ni al
    otro. No tuve más opción que preguntarle al dueño de la pensión, no sabía
    en realidad por quien hacerlo porque sólo conocía su nombre, pero
    expliqué sus rasgos físicos. La respuesta me dejó aun más aturdida, el
    dueño nunca había visto a nadie allí con aquel aspecto, ningún hombre
    como él se alojaba en la pensión, me dijo incluso, que yo no podía haberle
    visto en el comedor porque aquella mesa estaba reservada desde hacía
    semanas a una señora extranjera que la ocupaba diariamente. Pero yo
    estaba segura de haberle visto, como veía a Elvira detrás del espejo cada
    día mirándome. Esteban estaba allí, utilizaba otro cuerpo para los demás,
    pero sólo yo podía ver su verdadera apariencia.
    Volví a mi habitación con la cabeza baja, absolutamente desalentada,
    cuando de repente alcé los ojos y le vi de nuevo, caminaba por el corredor
    frente a mí en la misma dirección. Corrí para alcanzarle y cuando mi mano
    estaba apunto de tocar su hombro echó a correr y desapareció tras una
    esquina. – Esta jugando conmigo – pensé – lo ha estado haciendo desde el
    principio, pero… ¿por qué?-
    Me quedé quieta en el mismo lugar donde él había desaparecido, sin saber
    qué hacer ni a donde ir. Varias personas se cruzaron conmigo. Les miré sin
    verlos, ¿cómo explicar a nadie lo que me ocurría? Después de todo ¿quien
    era yo? ¿Quién podía ser Esteban y Elvira? ¿Y la anciana señora del asilo?
    ¿Existíamos realmente? Me di cuenta de la inutilidad de mis esfuerzos por
    comprender lo incomprensible, de mi absurda búsqueda. Creo que fue
    entonces cuando realmente enloquecí o quizás recuperé mi cordura.
    Esteban estaba muerto pero Elvira había vuelto a este mundo en mi cuerpo
    y yo debía morir también para liberarla y reunirme con él. – Quizás la señal
    esperada es la muerte.- pensé.
    Había tomado una decisión. Subí a mi habitación, entré y me dirigí al
    cuarto de baño sin mirar al espejo, No quería que nadie fuese testigo de lo
    que iba a hacer. Tomé compulsivamente un frasco de píldoras somníferas
    que guardaba en un cajón, lo abrí y lo vacíe en la palma de mi mano. Sentí
    su tacto áspero y las apreté tanto que me hicieron daño entre los dedos,
    después llené un vaso con agua, iba ya a bebérmela cuando llamaron a la
    puerta.- Esta vez sí es él – pensé-.- Se ha compadecido de mí y ha venido,
    no podía ser nadie más –
    La llamada se repitió en varios golpes rápidos y secos ¿a qué estaba
    esperando para abrirla? Le imaginé tras la puerta mirándome, había estado
    buscándole desde que lo vi aparecer en mis sueños, había soñado con él
    constantemente, pero ahora me daba miedo enfrentarme a él cara a cara.
    Deslicé el cerrojo de la puerta lentamente y una vez la puerta estuvo
    abierta, cerré los ojos. Permanecí un rato así sin atreverme a mirar.
    Cuando por fin los abrí sólo se extendía el corredor vacío con sus puertas
    uniformes a ambos lados. No había nadie. Cerré la puerta de un golpe y la
    rabia y la desesperación me desbordaron… No podía ser. Ya no era capaz de
    resistir más.
    Tragué rápidamente las píldoras que aún llevaba en la mano y que llenaron
    mi boca con dificultad y corrí a arrebujarme en la cama que me acogió
    como a un niño que busca el regazo materno y allí esperé. Pronto un
    zumbido extraño y desagradable golpeó mis oídos, me sentí girar dentro de
    una especie de remolino que daba vueltas y vueltas sin parar y del cual no
    parecía poder salir, finalmente mi cuerpo pareció moverse con rapidez a lo
    largo de un túnel oscuro y me pareció estar cayendo en el vacío.
    Cuando salí de él pude verme acostada en mi cama en posición fetal, como
    si fuese un espectador y me contemplase en el escenario de un teatro. No
    comprendía nada pero me reconocí a mí misma aunque yo sabía que ya no
    estaba allí. Ya no sentía miedo ni angustia, por primera vez estaba
    tranquila, experimentaba una sensación de ligereza, como si no tuviera
    peso, mi cuerpo era otro cuerpo, era algo diferente.
    Entonces llegó la luz, un poco apagada al principio pero cada vez más
    intensa hasta convertirse en un enorme foco y me invadió una cálida
    sensación. Después la habitación estalló a mi alrededor y yo, con ella, me
    fui partiendo por dentro en pequeños trozos y me posé sobre la mesa, me
    hice polvo en los cristales de las ventanas, letras en las páginas de los
    libros, me introduje entre los pliegues de las sábanas, me deslicé
    suavemente sobre el suelo y atravesé el espejo de Alicia en el país de las
    maravillas. Una vez al otro lado ya nada fue igual que antes.

    Me encontré caminando por el bosque sin rumbo y dejé de nuevo que mis
    pasos me guiaran. A medida que avanzaba la luna parecía agrandarse en el
    horizonte, como si todo el cielo fuera de plata y en su interior flotaran los
    árboles y las montañas engullidos por la brillante esfera. La brisa de la
    noche acariciaba mi cara y los olores del bosque perfumaban el aire pero
    pronto la brisa se convirtió en un aire frío que comenzó a soplar con fuerza
    azotando mis espaldas. Cuando amainó, la niebla comenzó a posarse sobre
    el valle y todo se oscureció. No veía el camino, estaba cansada y me
    hubiera gustado detenerme, pero continué caminando en la oscuridad. De
    repente empezó a llover con fuerza y el agua empapó mi cuerpo. A lo lejos
    los relámpagos iluminaron el horizonte y un trueno como un sollozo
    desgarrado pareció estremecer la tierra. Me pareció que Esteban me
    llamaba a lo lejos. Comencé a correr bajo la lluvia que caía a torrentes
    dirigiéndome ansiosamente al lugar de donde provenía su voz y entonces
    unos brazos me sujetaron por la espalda. Esteban estaba de pie, a mi lado,
    tan cerca que podía tocarle con solo extender mis manos, podía notar el
    jadeo de su respiración y mi cara estaba tan cerca de la suya que podía
    mirarme en sus ojos.
    Caminamos juntos bordeando el valle, sin hablar, solamente unidos por al
    acción de andar hacia adelante, la tormenta había cesado y ambos sabíamos
    que íbamos hacia la casa. Poco a poco iba comprendiendo que aquel paseo
    era el final de mi viaje que emprendí desorientada y triste en una estación
    de tren. Todo lo que me rodeaba, aún cuando era el mismo paisaje de
    siempre lo veía distinto, como iluminado por una luz especial y al llegar al
    final del camino me di cuenta de que aquella extraña luz parecía provenir
    de la casa que resplandecía a lo lejos. A medida que nos acercábamos, me
    di cuenta también de que ya no estaba en ruinas, aparecía ante nosotros con
    todo su esplendor, rodeada de jardines floridos y era tan hermosa y
    deslumbrante como la anciana me la había descrito. Casi no podía contener
    la impaciencia pero me quedé en el umbral sin atreverme a cruzarlo.
    Esteban cogió mi mano y entramos juntos. Después la puerta se cerró tras
    de nosotros y comprendí que ya no volveríamos a separarnos. Yo también
    estaba muerta.


    EPÍLOGO
    El dueño de una pensión en una pequeña población rural alarmado por la
    ausencia prolongada de uno de sus huéspedes, decidió entrar en la
    habitación que ocupaba para averiguar que podía ocurrirle, pero allí solo
    encontró todas sus pertenencias personales, nada hacía suponer que hubiera
    abandonado la pensión puesto que nada suyo se había llevado consigo. Ya
    completamente convencido de que algo extraño debía haberle ocurrido,
    avisó a sus familiares y todos se dirigieron a una casa deshabitada en el
    valle que ella solía visitar a menudo. Una vez en aquel lugar encontraron su
    cuerpo sin vida en el mismo lugar donde años atrás se había hallado el de
    un hombre muerto también en extrañas circunstancias. Nadie pudo explicar
    como había ido a para allí ya que nadie la había visto salir del hotel y como
    todo lo que trasciende la razón y la lógica, el caso quedó archivado. A partir
    de aquel momento la gente del pueblo comenzó a considerar la casa como
    un lugar maldito. Nadie quiso volver a habitarla, nadie quiso comprarla
    nunca y la llamaron la casa de nadie.
    Un día se derribó lo que de ella quedaba y fue olvidándose poco a poco,
    como si aquella casa no hubiera existido nunca. En su lugar hoy se alza un
    moderno complejo de apartamentos poco frecuentado, a pesar de que el
    lugar y el clima son inmejorables, nadie quiere alquilarlos porque dicen que
    por la noche se oyen ruidos que les impiden dormir. Algunos los han
    descrito como jadeos, gemidos, risas y gritos de una pareja de amantes
    haciendo el amor y que parecen surgir de las paredes, del techo, del suelo,
    de todas partes…,


“El presente el pasado y el futuro no precisan de una secuencia lineal en
que todo suceda ordenadamente. El futuro puede estar antes que el
presente y el ayer en el futuro. La distinción entre pasado, presente y futuro
es una ilusión”

Albert Einstein

Gloria Corrons
https://planetaselene-com

Un mundo mejor es posible!

1 comment so far

Xavier Carrera

Más allá del tiempo…