La Eterna Guerra… pero si esta Batalla

José Aguirre , alias Pekín estaba alertando a los suyos para que se agazaparan bajo los setos, pera evitar ser vistos por sus enemigos, les conminó a no moverse mientras durara la luz del día. Les indicó que fueran preparando sus armas para un posible ataque al atardecer o para defensa de lo imprevisto. En principio todo estaba en orden. Pekín, siempre ojoavizor, observaba las posiciones de los suyos y, por otro lado intentaba, a distancia ver los movimientos del enemigo que sabía no estaba muy lejos. Intuía que detrás de la alameda a más de 200 metros estaría el grueso el grupo contrincante. Pepín llamó a su gente al orden otra vez, y al silencio. Sobretodo al silencio. Faltaba poco para el atardecer. La puesta del sol, momento en que tendría que iniciar el avance para poder rodear al enemigo, conquistar con las más mínimas bajas su plaza y, sobretodo, recobrar el rehén en mansos del grupo acaudillado por Manuel crespo, alias «el Manu.»

Aquel trozo de desierto en nueva México, rodeado por algunas colinas rocosas y sombreadas por algunos cactus de querer y no poder, daban a ambos mandos alguna posibilidad de escondrijo. Si bien el grupo al mando de Pekín estaba en lo alto de una loma, el de Manu estaba algo en ventaja al escondrijarse en unos restos de muralla de una vieja misión abandonada a los escorpiones y otras alimañas sedientas de acción.

No lejos de aquel entorno existían dos vaquerías, eso sí, ajenas totalmente a aquel inicio de guerra, o bien es este caso, batalla, que ambos contendientes consideraban como total.

Era vital la recuperación de Maria, en aquel momento sufriendo el castigo del secuestro por parte de la banda de Manu.

A medida que el atardecer avanzaba, el sol iba enrojeciendo como de ruborización a la guerra, o batalla, que se iba a desencadenar. Pero ni el sol ni Pepín ni Manu podían frenar el curso del destino a cada uno indicado.

Eran ya cerca de las siete de la tarde cuando Pepín, con discretos gestos indicó a los suyos que se perpetraran para el descenso y la lucha, señalando la dirección de la Misión.

Manu, por su parte, invitó a su grupo a prestar su máxima atención a cualquier movimiento procedente de la loma, puesto que sospechaba que el ataque, si lo hubiera, provendría de allí.

María, entretanto, sufría a su manera aquel secuestro del cual era totalmente ajena. Ignoraba el por qué. Eso sí, conocía a Manu, así como también a Pepín. Pero esta relación no cuajaba en absoluto con su condición actual. Estaba hambrienta, empezaba a tener frío, y, sobretodo, sed. No comprendía el porque estaba obligada ala fuerza a estar fuera de su entorno habitual.

El sol se estaba despidiendo de la loma, de la misión y de las dos vaquerías. Ya daba sus últimos destellos, dado paso al frío que se avecinaba, tanto Pepín como Manu eran conscientes de esta situación, por lo que sabían que tarde o temprano se iban a iniciar los acontecimientos que ambos grupos temían: la guerra y la batalla.

Pepín fue quien tomó la iniciativa. Alertó a su gente y dio las necesarias instrucciones para el ataque. Por otro lado, Manu, intuía el inminente acoso del grupo de Pepín e instigó a los suyos para la defensa de la misión y sobre todo evitar la fuga de su rehén, Maria, obvia razón de esta batalla, que no guerra aun, ya que la guerra venia ya de lejos, de hacía mucho tiempo: pero la batalla era hoy. Era ya.

Los hombres de José Aguirre, Alias Pepín iban agazapados y en zigzag en dirección a la misión. Llevaban sus bates y sus hondas preparados. Algunos llevaban hachas y machetes y más de uno, alguna navaja.

Manuel Restrepo, alias «Manu», por su parte, había habilitado una defensa a base de arqueros, tiradores de hondas y otros cachivaches para defenderse contra el ataque de Pepín. Todos estaban preparados. Todos, todos, menos María, que empezó a sentir los temblores del temor. El sol ya se había puesto y para un observador neutral, hubiera visto una serie de sombras descendiendo desde la loma y otro grupúsculo moviéndose entra las ruinas de la vieja y antigua misión. Todos armados, todos tensos. Todos encomendándose a sus respectivas vírgenes o no tan vírgenes. Había llegado el momento de la confrontación. Valor contra valor, pecho a pecho, cara a cara. José Aguirre, alias Pepín, se adelantó a su grupo y del mismo modo correspondió Manuel Restrepo, alias «Manu, sus respectivos ejércitos en silencio. Mirándose fijamente a los ojos, sus respectivos grupos a la espera de la más mínima señal. Pese al frío, sudores de todos los cuerpos, las manos tensadas a las respectivas armas. Silencio absoluto.

Súbitamente, una voz, un grito. Era la voz de Maria, que en agrios sollozos, gritó: tengo hambre y sed. !! Basta ya!! Este grito angustioso debió llegar a las vaquerías adyacentes, ajenas a la batalla a estallar. Asómose un tumulto nada que ver con las tropas enfrentadas en el campo el honor.

Una voz femenina, de pronto, chilló: Pepín, a casa, a cenar: basta ya de jugar.

Otra voz, de la vaquería y esta vez masculina, gritó: Manu, o cenas ya y traes a casa a tu hermana María o mañana cortas el doble de la leña.

Tony Bonne

Desde el Cielo y más allá!

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