Celita
Celita comenzaba a inquietarse. Sus ojos, abiertos como platos rastreaban, prácticamente barrían, la habitación. Pero a tenor de la expresión de su rostro, sin éxito. Su inquietud empezó a derivarse hacia una franca desesperación.
El sudor comenzaba a aparecer en su frente y nuca y los ojos a inyectársele en sangre. Sus manos crispadas violentaban frecuentemente la laxitud de su cabello, el cual, a medida que avanzaba el tiempo, comenzaba a semejarse a un manojo de hojas marchitas de escarola.
Ya no era la Celita que minutos atrás aparecía deslumbrante en su aposento, parecía que en cuestión de segundos sus canas se habían duplicado. Acentuadas ojeras empezaban a aparecer bajo sus y deteriorados ojos y a acentuarse a medida que pasaban los minutos.
La sensación de terror ya se perfilaba en su ya limitado horizonte mental. Todo su cuerpo temblaba y violentos escalofríos sacudían su cuerpo. Incluso tuvo el temor de que ese acercaba su fin, ya no era capaz de coordinar sus movimientos. Celita ya solo era el cadáver viviente del que inexorablemente iba a ser, salvo en caso de poder solucionar aquel terrorífico problema en in mínimo plazo; segundos.
Comenzó a desfallecer, sus pues ya no eran capaces de percibir nítidamente ni los detalles más aparatosos. Finalmente cayo al suelo, emitiendo sonidos de tipo hidrofobico. En lo que creyó ser uno de sus últimos espasmos y en uno d sus últimos momentos de lucidez visual agónica, lo vio. Allí estaba debajo de la cama. Entero, resplandeciente, invitador, seductor. Sin macula. La emoción que le sobrevino a ese encuentro tan ansiado, hizo que Celita emitiera su ultimo suspiro. Pero murió feliz.
Había encontrado a su pequeño espejito.
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